Cuando los espacios del arte universal ofrecían la más variada profusión de soluciones y libertades estructurales, y las transgresiones de los géneros ya no eran noticia al quedar atrás aquellos ingenuos escándalos de los hacedores de ensamblajes, performances, instalaciones y otras disímiles formas que fueron ampliando, si no minándo por imprecisa, la terminología tradicional de pintura, escultura, grabado, etc., una cerámica de carácter escultórico cobraba cada vez mayor fuerza.
Sin desconocer la importancia de antecedentes tan destacados como las esculturas en mayólica renacentistas, las famosas piezas de animales de Meissen o los no menos valorados biscuits de Sévres y otras fábricas porcelaneras, lo cierto es que la cerámica se identificaba generalmente con los recipientes. Su excelencia como gran arte era proclamada por la preferencia de los poderosos desde las dinastías chinas hasta las cortes del siglo XVIII. Con la industrialización la cerámica perdió su condición de arte mayor. Pasó a ser clasificada como utilitaria o artesanal o entre las artes manuales cuando no industrial. Para las altas esferas culturales, que han hecho del arte una especialidad, la cerámica no readquiere importancia relativa hasta que, a mediados del siglo XX, se manifiesta en formas escultóricas.
Insertada en ese fenómeno, a fines de los 60, en el habanero taller de Cubanacán, surgió en Cuba una nueva forma cerámica que logró, por su calidad y su carácter escultórico, lo iniciado por los murales cerámicos de los 50, o sea, continuar incidiendo en lograr la legitimación de la cerámica como arte mayor.
Es en ese terreno de encuentros y desaciertos entre terminologías, manifestaciones y valoraciones donde ocurren hechos tan interesantes como el que se vislumbra al disfrutar esta muestra que hoy nos presenta Villa Manuela. Reflexionando sobre el devenir de la escultura y de la cerámica en Cuba, descubrimos el contenido inocentemente prejuicioso de una idea bastante generalizada: el poco desarrollo en las últimas décadas de la escultura de salón, que preferimos nombrar como de interiores o de pequeño y medio formato. Hablamos de prejuicio inocente porque son muy pocos los que consideran que ya no hay diferencias entre la cerámica escultórica y la escultura en cerámica.
Desde los 70 esas formas modeladas y trabajadas con materiales y técnicas cerámicas fueron dejando su filiación ancestral a la vasija y su cierto carácter decorativo para insertarse en el complejo ámbito de la metáfora. Pronto se hermanan con el resto de las demás formas de la plástica en diversidad formal y en profundidad de significados, con la única limitación que condicionan infranqueables tales como las dimensiones del horno o la calidad del material.
Es notable cómo en su batallar por ser legitimada, la cerámica, o sea los ceramistas, no quieren renunciar a su identidad y cómo, a su vez, jóvenes formados en escuelas de arte que utilizan esta técnica, rechazan ser considerados ceramistas. En la muestra estamos en presencia de formas tridimensionales que si fueran de metal, piedra, madera o plástico serían consideradas esculturas y, que de ser valoradas como tales cambiarían esos juicios inciertos sobre el poco desarrollo de la escultura. ¿Mas acaso los escultores aceptarán que estas obras representativas de la cerámica actual son propiamente esculturas? Carece de importancia son pequeñas trampas que generan las circunstancias del desarrollo.
Estamos en la posmodernidad donde los esquemas no tienen lugar. El arte será tal, si es verdaderamente creador. Lo demás es intrascendente.
María Elena Jubrías