Los delirios de un anticuario
¿Cómo explicarnos que el tierno revoloteo de una mariposa rompa la fría coraza de un espejo, o que una roca común pueda contenerse en la forma exquisita de un diamante, que un respiro aparezca y desaparezca en una imagen y que un ventilador produzca el movimiento de un libro proyectado en un video? ¿Cómo introducirnos en ese mundo de rarezas sin parecer forasteros?
Gran parte del engaño del objeto radica paradójicamente en la veracidad de su imagen o en el exceso de confianza del individuo en su juicio. El ser humano tiende a considerar los elementos como si solo tuvieran la función para la que habitualmente se les ha definido y caracterizado. Pero cuando se automatizan esas señales perceptivas comienzan a inhibirse ciertas habilidades de reflexión y creatividad ante el propio objeto. Entonces, tiene espacio el engaño. Aunque luego puede sobrevenir su sorpresa y subversión.
Alicia atravesó el espejo, en el segundo cuento que escribiera Carroll, y encontró justamente un mundo no reflejado, lleno de invenciones e hibridaciones fantásticas de objetos y animales, que resultaba un supuesto sinsentido. Los surrealistas plantearon el acoplamiento de dos realidades aparentemente imposibles de conciliar, en un plano que al parecer no era conveniente para ellas, y sin embargo cada elemento fue leído de manera rigurosa por la semiótica del psicoanálisis. Duchamp utilizó el objeto ready made como gestoartístico. Luego el conceptualismo lo desmaterializó.
Actualmente el objeto artístico existe a merced del discurso estético y no de tendencias. La apariencia irreal se vuelve una experiencia totalmente real en su esencia. Walter Bejamin hablaba justamente de «quitarle la envoltura a cada objeto y triturar su aura». De modo que el desprejuicio de la función estática del objeto estimulara su verdadero vuelo.
El encuentro de la razón
Los delirios del individuo, así los del objeto, se construyen sobre sentencias lógicas. A diferencia de la patología humana, la matérica reúne la razón en sus principios discursivos. Las artistas Diana Fonseca y Glenda León comparten la idea de la apariencia y subversión de lo cotidiano. Sus obras planean redireccionar la realidad habitual hacia estados supuestamente irreales, pero cargados de significados coherentes, razonables y perfectamente tangibles. Sus piezas presentan un carácter lírico, sustentado por títulos inspirados en haikus y por la re-construcción de objetos de improbable existencia.
Su extrema sutileza tiene detrás, silenciosamente, el insidio. El poder económico, la inconsistencia del ser humano, las contradicciones religiosas, la ausencia u omisión de valores por la diferencia de pensamiento, la banalidad y la vida virtual del hombre son algunos de las problemáticas más cuestionadas por las creadoras en esta muestra bipersonal. Desde el punto de vista ideoestético recurren a hallazgos naturales, antiguos y de relevancia históricas y proceden a reutilizar su forma y función. Emplean el video no como soporte autónomo sino como contraparte del ambiente conceptual de la obra compuesta.
La subversión
No solo la prevista funcionalidad del referente se revalúa, se hibrida, se tuerce hacia la voluntad del otro, con el que se une y dialoga. También nuestra lógica racional se impone y debate su contradicción con el artefacto, convertido pretexto, que roza la inestable línea entre realidad e irrealidad. Entonces ocurre la subversión. En la nueva naturaleza resultante, el suceso de extrañamiento reivindica la razón del espectador o su irreverencia.
Claudia Taboada Churchman
La Habana, octubre de 2015