Todo lo que hace Rolando Estévez Jordán (Matanzas, 1953) se halla tocado por el duende de la poesía, estado de gracia que va más allá de la palabra y se despliega en la fabulación que toma cuerpo en el espacio, en la vitalidad de signos y símbolos de aspiración cósmica, como quien en cada gesto de la creación quiere dejar testimonio de una imagen totalizadora.
En un principio, como se observa en las siete obras que conforman la exposición La huella de Eva, la palabra pesa con densidad metafórica y altura lírica. La palabra como soporte de la memoria, de evocaciones que no se dejan arrastrar por ese sentimiento nostálgico que congela los recuerdos, sino parten del impulso de sustanciar vivencias entrañables y subrayar su proximidad con las propias vivencias del espectador.
Pero también en el hilo conductor de la tormenta perfecta que se desata en cada una de las propuestas está la imagen: rostros, cuerpos, objetos, lugares. Asociaciones diversas que se entretejen,articulan,contraponen, dialogan, yuxtaponen y hasta en algún que otro momento llegan a negarse antes de alcanzar la certeza de lo que el creador quiere compartir con el prójimo.
Se advierte en sus realizaciones la impronta de un artista al que no interesa esconder el proceso que ha seguido para conseguir los efectos deseados. Del libro-objeto artístico preexistente –poemas escritos por Nancy Morejón, Norge Espinosa y la mayoría por el mismo Estévez, que cuenta con una reconocida trayectoria literaria- a la instalación visual, concebida ésta como estructura compleja, abierta a múltiples lecturas.
Es una especie de work in progress el que muestra a medida que la pupila avanza por las superficies y volúmenes, y descifra, entre visiones que se arman y desarman, para decirlo de una manera lezamiana, las cantidades hechizadas, repartidas a manos llenas para honrar a la pintora mexicana Frida Kahlo, la poetisa matancera Digdora Alonso, la antropóloga de origen cubano Ruth Behar, la maestra del diseño María Elena Molinet y la cantante francesa Edith Piaf. Mención aparte merecen los acercamientos al estremecedor poema de Nancy Morejón, Amo a mi amo, revelador del conflicto del mestizaje en una tierra donde el esclavista-patriarca-macho-colonizador ejerció dominio ala esclava-hembra-colonizada; y a Vestido de novia, texto de Norge Espinosa, anticipador de una perspectiva inclusiva y antidiscriminatoria, que en la versión de Estévez se desdobla con intención performática.
Hace algunos años, el crítico, periodista y realizador audiovisual Andrés D. Abreu entrevistó a Estévez, quien se vio a sí mismo del siguiente modo: “Mi obra plástica ha sido y será muy diversa. Soy un artista de la plástica que además de tener una obra individual, se dedica al diseño de unos libros que considera bien especiales, y además, al diseño para la escena teatral. Hay quien ha dicho que mi plástica es muy teatral o que en el dibujo hay influencias de la ilustración. Todo esposible. Son actos diversos pero confluyentes. Los temas que he abordado son también muy diversos, han cambiado según se haya movido el blanco. Las maneras de afrontarlos es también el contenido. No me preocupan los estilos, Creo que estos tiempos exigen esa pluralidad”.
Esa pluralidad de afán integrador, una complementariedad discursiva de fuerte compenetración de formas y contenidos, integran y definen él sutil arte de la totalidad que habita, sin lugar a dudas en La huella de Eva.
Virginia Alberdi Benítez
Enero de 2022