A aquellos que se interesen en ver las obras de Zarza en su estudio, en contacto directo con el original, y no desde el frío aunque tan efectivo proceso del dossier digital, les recomiendo que vayan con tiempo. Tiempo para desempolvar, literal y metafóricamente, no solo ese número casi infinito de cartulinas impresas, sino también las historias que encierran cada una de ellas. Exploraciones técnicas, divertimentos, premios y obstáculos, exposiciones internacionales y nacionales; es probablemente solo el resumen de la historia que pueden contarnos las piezas. Sus setenta años no han amansado ese espíritu inquieto, y aún hoy es posible percibir su entusiasmo cuando prepara una nueva obra, como si fuera la primera vez.
Y es a causa de ese mismo entusiasmo, de ese compromiso acérrimo con la obra de arte que le debemos un enjundioso saldo que, sin dudas, ha marcado un hito dentro de la gráfica y la producción artística en general de nuestro país. Es por eso que Zarza merece una exposición que recompense -¿quizás?-, un largo y fructífero camino en el ámbito litográfico, técnica en la que se ha desempeñado con más frecuencia, aunque en los últimos años, haya preferido el pincel en vez de la piedra. Dado el volumen de su obra y las circunstancias espaciales objetivas, no es posible hablar de una muestra antológica, ni siquiera, me atrevo a decir, retrospectiva, incluso cuando estén presentes piezas de gran parte de sus diferentes momentos creativos. En este caso, se trata más bien de un grupo de trabajos que nos reiteren su valía como artista y, sobre todo, que combatan la amnesia histórica y demuestren que el grabado es una manifestación con amplias posibilidades expresivas.
La exhibición es un homenaje sui géneris, pues independientemente de ser un reconocimiento a su labor, tal parece estuviera agasajando también a otros en una especie mensaje subliminal, debido a que los trabajos seleccionados se caracterizan, en su mayoría, por estar ligados a obras, autores y tendencias de la historia del arte cubano y universal. Pudiera decirse entonces, que es el intertexto el que se esgrime como denominador común, expresado en el comentario irónico, la cita, el pastiche; elementos que definen su quehacer. Es posible reconocer a sus autores de culto como Goya, Umberto Peña, Cézanne, aunque quizás extrañemos a Rembrandt, Toulouse Lautrec y Van Gogh. Su visualidad es agresiva, descarnada, en algunos casos casi grotesca; para recordarnos, a veces, a Bacon. Además, resulta muy interesante su perspectiva acerca del erotismo, que no podría ser menos que incisivo, al igual que el resto de sus pinturas y grabados. Se vale de la burla y el doble sentido, abiertamente reconocibles en la serie donde toma como punto de partida los anuncios publicitarios de los 50’s.
Zarza ha sido un artista atrevido en todos los aspectos, tanto en forma como en contenido. Ha convertido su obsesión por el universo taurino en obras que discursan, a modo de crónica, sobre las épocas que ha vivido, pero además, y esto es lo más importante, constituyen una reflexión acerca de la identidad cubana.