Ernesto Javier no se ha contentado sólo con la fuerza de la imagen en sí pues establece con ella relaciones novedosas, otras, en medio de un contexto tecnologizado y pobre a la vez. De ahí que evoquen, recuerden, no sólo el tema o asunto que las identifica ante cualquier espectador sino también que operen también en tanto emisarias de una época cercana, de un pasado que corroe de forma sistemática el presente. La fotografía es ahora un objeto que ilumina y mata, como la estrella de José Martí. Eliminado el marco tradicional de madera o metal que contribuye a resaltar, por lo general, la imagen en todo su esplendor, ahora la fotografía conquista un nuevo ámbito a medio camino entre el espacio privado y el público, una «tierra de nadie», donde lo teatral, constructivo, escultural, instalativo, se articulan como piezas principales de un puzzle cuyo resultado desconocemos. Las imágenes forman parte de un discurso visual mucho más amplio que las utiliza para diversos fines, no sólo estéticos o reflexivos.
Ernesto Javier es un constructor de recuerdos, un diseñador presto para exaltarnos mediante evocaciones y reminiscencias y no perdonarnos jamás la falta de memoria, en estos tiempos en que todo es fugaz, en que todo se desvanece como por arte de magia en lo real y virtual de la existencia. Aunque sus imágenes se mezclan en lo formal con neones, luces, plásticos, madera, metales, estas permanecen indoblegables en nuestra percepción pero sobre todo en nuestra memoria aunque el espectador no haya experimentado lo que el fotógrafo. Si su forma de exhibirlas, difundirlas, vehicularlas es mediante objetos construidos por él, reafirma con ello su desprendimiento del reportaje tradicional y el descubrimiento de un nuevo tipo de ensayo fotográfico vinculado a la multidisciplinaridad actual, sin necesidad de proclamarlo hoy como sucede con algunos creadores (que desesperan por aclararlo muy bien y en alta voz) aferrados a tan vieja idea, actitud y comportamiento.
Nelson Herrera Ysla