Salitre

Eduardo Ponjuán noviembre 2007

El oro de no tener nada

La abuela aguanta con firmeza el quinqué, a punto de caer; mientras sus brazos se llagan. La cicatriz duraría de por vida. Dos hermanos cruzan día a día, en la mañana y en la tarde de regreso, el viscoso camino de mangle para ir a la escuela que estaba a cinco kilómetros de la casa. Un niño recorre como juego solitario todo el litoral hasta esa hora sublime en que el sol está justo en el medio de la bóveda celeste. Sus juguetes son las olas, las conchas marinas, la brisa caliente del Sur, los cangrejos que encuentra a su paso, los vidrios rotos donde el sol refracta la luz en pequeños arcoiris brillantes. Días de amaneceres azulados y de crepúsculos brillantes que terminan con el cielo abarrotado de estrellas. Su vista se clava en el firmamento a cada cambio de casa y de paisaje, sin saber que deseaba el universo. El mar le persigue tanto como el recuerdo de su abuela y esa sensación perenne de encontrar un absoluto. La abuela, que cuando murió, le dejó para la eternidad un peine y una goma, quizás para contarle sin palabras que a veces para avanzar hay que borrar ese minuto que quedó atrás y no olvidamos. El tiempo que pasa, y la pobreza que no se detiene. La madre que lucha sin poder decir basta, y el ruido del sinfin, y los gritos del padrastro mientras su aliento supura amantes vapuleadas. Pobreza del alma que se cansa, envejece, mientras los amigos pasan, pocos se quedan y muchos se van detrás de ese límite amargo/dulce de la Isla que te revienta con su extensión infinita. La familia se disuelve en un ininteligible presente donde el padre y la hermana están del otro lado; dimensiones paralelas para el olvido y para la memoria.
Con la vista fija en la línea del horizonte, muchas veces mental, conoces de ese reloj involuntario del tiempo y de la muerte, y de los amores trashumantes que nacen del azar, del capricho involuntario donde adviertes la futuridad preconcebida de tu voluntad: esa mujer va a ser mía. Y un día montaste en el tubo de aluminio que acorta los espacios y el tiempo. Viste que tu problema es el problema de todo, de todos. Control, poder, dogma, censura, marginalidad, y dinero. El maldito dinero que Shakespeare calificó como alcahueta de la Historia, aunque en el último de sus días ganó el título de burdo prestamista. Owo, siempre está manejando owo, le dice Orula. Owo para vivir y ayudar a otros; pero el toque de Midas es una maldición que en vez de unir, separa amigos, familias, esposos de esposas, hermanos de hermanos, padres de hijos. Owo, y nunca es suficiente para nadie.
Otro tiempo, otro espacio: el adolescente loco que regala marpacíficos termina, al rato, pidiendo una ayuda. La anciana que no tiene donde vivir, y para en las aceras, en los parques, desgreñada y sucia, pidiendo limosnas. Los niños que corren por las calles de la vieja Habana sacudiendo los bolsillos de los extranjeros. La pareja de jóvenes que no tienen donde hacer el amor, se acurrucan en las esquinas, en los oscuros bancos de parques extraviados. El borracho de ojos aletargados que no sabe de dónde sacar para hundir sus miserias en una botella. La prostituta que acentúa sus encantos, sonríe y abre los ojos, empalaga las palabras y los gestos para un alguien que no sabe cómo le tratará; mientras su proxeneta le vigila. La gente cuenta el dinero día a día, centavo a centavo, para que el salario les alcance hasta el próximo pago. Avaricia de la escasez que testifican un oráculo de la previsión. Timados y timadores, víctimas y victimarios, pícaros todos que forman parte del mismo círculo vicioso, donde no se sabe quién es quién. ¿Es posible que no exista nada más fuerte que el deseo de confort, de status, de poder, de imagen pública? Minimalismo de la sobrevivencia como grosor de una existencia devenida en lucha. Metáfora de la moneda que no llega nunca a calmar la sed de los sedientos. La economía de un país se debate entre dos monedas. Un CUC vale veintitrés pesos cubanos, y casi nada cuesta menos de un peso cubano, mientras todo se estrella ante la infinita matemática que sugiere una realidad económica y social que gira en torno al CUC. CUC, siglas que indican su posición de moneda libremente convertible o, lo que es lo mismo, su capacidad de canjeo frente a otras monedas internacionales. Dinero, valor de uso, valor de cambio. Todo tiene un precio; paráfrasis segura de algo revelador: todos tienen un precio. Mercancía del objeto y del sujeto, devenido objeto. Exégesis cotidiana donde, por desgracia, muchas veces la pobreza material valida una pobreza del espíritu. Dura realidad que pervierte el gesto más incólume para asir los destinos del dinero-mercancía-dinero o de la mercancía-dinero-mercancía. Karl Marx no blandió armas solamente contra las cismas de un sistema social, planeó reconfigurar las esencias del hombre.
La isla, ahora en peso(s) libremente convertible y, por supuesto, la fijeza de la maldita circunstancia del agua por todas partes. Y es el relajo del trópico tantas veces bendecido y reprobado porque, ya de antaño, se decía que una cosa eran las leyes del rey en el continente y otras en las colonias insulares. De todas formas, es inevitable que los nombres no acompañen las fantasías de los hombres. Cuba, que fue resistente en preservar su nombre original, signifi ca en aruaco insular, tierra labrada o Paraíso. Cuba, el espacio posible para ensayar el sueño de lo imposible. Salitre: sustancia salina, conocida químicamente como nitro o nitrato potásico, que aflora en tierras y paredes cerca del mar. Huevo duro con agua y sal en vez de agua con azúcar. Vacío, y el refrigerador desperezado de su sueño invernal por apagones de doce horas y vapores termales de 38°c en las oscuras noches de julio y agosto en los tempranos años noventa. Bistés de cáscara de toronja y picadillo de cáscara de plátano verde. Hombres y mujeres, delgados hasta la anorexia, pedaleando bicicletas chinas para llegar a algún punto de una ciudad que se deshacía ante la inercia de sus habitantes. Silencio, y a veces el sonido hueco de una corneta china que resoplaba a lo lejos las notas del Himno Nacional. Silencio, y el escepticismo barriendo lo mejor del alma nuestra. ¿Cómo recomponer los fragmentos de esa noche larga y sombría que aún perdura para muchos? No basta resistir; no basta luchar. El sentimiento de lontananza es tan fuerte que la evasión, fí sica y espiritual, lo embarga todo. Los jóvenes hablan de microutopías personales y los viejos de crisis; una crisis que persiste en ser casi una vida, más de quince años.
Resaca.
Salitre es un delito no embaucado. Todo está aquí por una suerte de cinismo pervertido que se realza por la condición dual e inalienable del arte como mercancía y objeto de significación estética. Hay en ello la diatriba de quien intuye la destrucción gradual y sistemática de una esencia nacional, efectiva en modos de actuar, de pensar y en valores humanos. La historia de una nación se entrevé por la historia de sus monedas, sus materiales, su valor de uso y de cambio. En definitiva, la historia de una nación por la historia de su capital económico. Salitre es un puñetazo al rostro, desde el rasero económico que implica ser realizada, en su totalidad, en moneda nacional. La inoperancia de este ti po de moneda apunta al resquebrajamiento de un proceso histórico como traspolación metafórica donde los héroes, las consignas y emblemas de la Patria que aparecen como efi gies en la moneda, al depreciarse ésta económicamente, se devalúan en términos políticos, históricos, sociales y morales. Al mismo tiempo, en su presentación de obra de arte, la moneda nacional se legiti ma no por su valor de uso, sino por el valor de cambio que le concede esta condición. El dinero se trastoca así en mercancía artística, bien tangible e intangible, y como tal canjeable y vendible bajo estos nuevos supuestos. El resultado final son formas que, en una recepción primera, pasan por inopinadamente ingenuas cuando lo cierto es que participan de un glosario de intenciones. Detalles como la estatura del la historia míti ca o real del héroe al cual se alude, constituyen mensajes subliminares que se activan por el título de cada pieza. Una vez más arte y mercado, arte y sociedad, utopía y pragmatismo, marchan juntos en el marasmo ininterrumpido de bosquejar ideologías.
Es posible entablar relaciones entre Salitre y el concepto de pobreza irradiante que articuló José Lezama Lima para discursar sobre José Martí, los padres de la nación, y la Revolución Cubana. Y cito: «La vigilia, la agudeza, la pesadumbre del pobre, lo llevan a una posibilidad infinita. (…): lo imposible al actuar sobre lo posible engendra un potens, que es lo posible en la infinidad». Moneda nacional, y con ella la preeminencia de un estilo de la pobreza y sus infinitas posibilidades en el cubano de a pie. Como sin quererlo, Salitre insinúa el problema de la cubanidad desde la resistencia de un pueblo que es, más allá de las chatas nociones de un patriotismo que se muerde la cola. Esta disposición reconduce estereotipos de lo cubanoo, al menos esa mirada unívoca que lo vincula a consideraciones de tipo político-ideológico, para asir una (auto)conciencia de la historia nacional. Salitre nos devuelve una posibilidad donde el cubano se piense a sí mismo como es; cómo quiere, cómo se debe y se puede ser.

Sandra Sosa Fernández

Obras

Professional tripod (detalle)

Eduardo Ponjuán 2007

Professional tripod

Eduardo Ponjuán 2007

Un peso

Eduardo Ponjuán 2007

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Eduardo Ponjuán 2007

Arpón (detalle)

Eduardo Ponjuán 2007

Un peso (detalle)

Eduardo Ponjuán 2007

Arpón

Eduardo Ponjuán 2007

Pararrayos (detalle)

Eduardo Ponjuán 2007

Pararrayos

Eduardo Ponjuán 2007

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