Aun cuando la construcción no dejaba ver la dimensión artística de este nuevo espacio expositivo capitalino, aunque con propósitos nacionales, viejo anhelo de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, su Asociación de Artistas Plásticos comenzó a pensar en la exhibición que lo debía inaugurar; tendría que tratarse de una muestra de eminencia, dada las circunstancias. La idea, entonces, no tardó en aparecer: los once, hasta el momento, Premios Nacionales de Artes Plásticas serían los excelentes expositores para una arquitectura restaurada y reacondicionada a las nuevas exigencias, planeada con elegancia y buen gusto, trabajada con paciencia y amor. No podría ser de otro modo; ellos vendrían a otorgarle el «toque de distinción» faltante a este proyecto tan esperado.
Para los que, entonces, tuvimos que trabajar en la exposición, esta se nos presentó como un reto ante la diversidad de discursos y prácticas técnicas de estos artistas que han alcanzado la más elevada distinción posible en el ámbito de la plástica nacional. El hilo conductor, así, sería este común denominador y nos dimos a la tarea de realizar el arqueo artístico de sus trayectorias en una muy apretada síntesis.
Este específico recuento no es el primero que se realiza. Tendríamos que mencionar aquel intento llevado a feliz ejecución la Galería La Acacia. Ahora este, y es quizás la diferencia, involucra seis años más del necesario reconocimiento, desde aquel que, por primera vez, se entregara en 1994 a Raúl Martínez, hasta el adjudicado a Osneldo García el pasado año.
Acaso las circunstancias de los compromisos profesionales o de acciones ya fijadas de antemano por los artistas, no nos dejó realizar una más pensada o más amplia selección, aunque para ello contáramos con la complicidad de todos.
No obstante, aquí está el criollo pop y la esgrafiada expresión abstracta de Martínez; «la magia del volumen» de Rita y de Cárdenas: la sugerencia simbólica del cuerpo humano, tallado en la inusual madera que cobra -en este caso- un dinámico reposo, en la primera, y la empinada morfología totémica que quiere danzar en el aire -también en madera ensortijada de alambre, del segundo; el documento gráfico de la era revolucionaria que bien supo captar Corrales, con maestría artística, en sus estratégicos enmarcamientos y equilibrados diseños fotográficos; la frescura de la singular poética que nos inunda de un color muy particular en los collages pictóricos y en la tridimensionalidad vitrea del reconocido ceramista, además, Sosabravo; la abstracción sin estridencias y casi monocromática de Girona; la explosión de texturas coloreadas por la crepitante paleta de Vidal que busca enigmáticos acomodos; el ingenuo y adulto lirismo de Jay, que siempre quiere contarnos la encantada esbeltez de sus imprescindibles flamboyanes; la convivencia de ancestrales mitologías con la cubana, a la vez que universal, expresión artística del Mendive que le canta a la omnipresencia de una identidad; el «juego metafórico» de las recurrentes figuras de papel doblado y plegado con las de esmerada ejecución clásica, pictóricas casi escultóricas, en el soberbio ejercicio del dibujo de Adagio; la sensual cinética de las enajenadas formas que se convierten en evidentes tropos del magnífico discurso de Osneldo…
Hemos conjugado con todo el respeto que merecen estas ideas para que la gran obra, la de arquitectos y artistas, se nos muestre en una suerte de «estructura ambiental» coherente, que hable toda del mejor arte.
Entonces, enhorabuena el RECUENTO DE UN PREMIO para una galería que deberá convertirse en una institución de excelencia.
Antonio Fernández Seone