El único modo de escribir para una exposición que aún no se ha visto -asunto que concierne a casi todos los que, por una u otra razón, aceptan esbozar unas palabras a catálogo-, es acudir al estremecimiento dela imaginación, esa versión del miedo que nos permite padecer sensaciones de las que aún no hemos participado. Analizar los bocetos y las obras en proceso como si ya estuviéramos caminando por la sala de Villa Manuela; atravesando arenas, confundiéndonos con el blanco, en medio de una humedad que podría calarnos los huesos.Será que entre el público podremos respirar un poco de la paz y el silencio que estas obras nos regalan; seguramente la mejor decisión será volver luego.
Sin embargo, este nuevo proyecto de Elizabet Cerviño, me invita también al recuerdo, quizá porque el pasado tiene una dinámica tan envolvente y agitada como el porvenir; quizá porque es cierto aquello que Frances Yates advertía: la imaginación es una extensión de la memoria. Y es por eso que las obras que aquí se muestran tienen ya una historia sin haber existido materialmente. Su gestación comienza, según mi experiencia personal como espectadora del trabajo de Eli, con «Historia de una gota de agua a través de océano» (expo Cambio y Fuera 2009); donde asistimos al trayecto vivo de la humedad sobre el lienzo. O al performance de Quinto Día en año 2010, cuando permaneció amortajada entre sábanas blancas, como los santos, durante tantas horas que muchos temimos que fuera a desfallecer. También recuerdo sus paisajes dibujados con agua y residuos de neblina, o los lienzos donde limpió el cielo con pañuelos de lino blanquísimos para que el azul se hiciera cada vez más transparente.
Si tuviera que señalar al menos dos constantes en su obra, serían el blanco y la humedad. El primero, porque en las obras en cuestión el blanco o la tela incolora son el centro visual de los gestos de la artista. Sería el blanco una obsesión de pureza, una especie de llamado angustioso a la luminosidad o la metáfora terrible del vacío domeñado. El agua, la humedad, viene a humanizar este blanco perfecto, a ofrecerle un tránsito sublime hacia la vida que crece sin orden en cualquier esquina. Como si pudiéramos entrever los misterios de un mundo en movimiento que no nos pide permiso para ser. Quizás sea entonces posible el milagro de un intercambio que no nos quite lo poco que tenemos para aferrarnos, que fabule con la ilusión de la vida contenida entre los marcos; aunque más tarde los sueños terminen por esfumarse, e inevitablemente, el agua aprisionada sea para nosotros el principio de la corrosión.
María de Lourdes Mariño
La Habana, diciembre 2013