Corren tiempos en que al decir de Fredric Jameson ocurre una «libidinización del mercado». Una historia como la de Harry Potter convierte en multimillonaria a J. K. Rowling, las novelas de Paulo Coelho, quien tiene más de cincuenta millones de libros vendidos y traducidos a cincuenta y seis idiomas, son lectura recomendada en varias universidades, la bazarización de Dalí en diseños de sombreros, corbatas y hasta escaparates recauda sumas considerables de dinero, y así sucesivamente continúa debilitándose el ideal modernista. Casi nada escapa a esta cartografía de vacíos de sentido donde la estandarización de la cultura responde muchas veces a razones psicológicas. La psicoanalista Suely Rolnik tiene un planteamiento interesante al respecto: «Disfrutar de la riqueza de la actualidad depende de que las subjetividades enfrenten los vacíos de sentido provocados por las disoluciones de las figuras en que se reconocen a cada momento. Sólo así podrán asumir la rica densidad de universos que las pueblan, para pensar lo impensable e inventar posibilidades de vida». (1)
Kcho, en el contexto del arte cubano, es una figura polémica porque desde su individualidad ha sabido sortear las posiciones antagónicas usuales ante el fenómeno de la globalización: la insistencia a ultranza en una referencia identitaria por un lado, y por otro, la desestabilización exacerbada. Caso singular el suyo: proveniente de la Isla de la Juventud, sin estudios universitarios y con sólo veinticinco años surgió en Nueva York como de la noche al día. En 1991 su obra se conoce fuera de Cuba gracias a la exposición Los hijos de Guillermo Tell, (itinerante por Venezuela y Colombia) y el impacto que causó su discurso de lo efímero lo catapultó al éxito.
Su idea de la escultura, desentendida de la condición ontológica del medio expresivo, convertía sus piezas en naturaleza viva donde la mano del hombre apenas interviene. En su concepto, el material no es dominado, sino que se le permite evocar significados desde su fisicidad, ya sea natural o reciclada. Ofrece con él un mensaje de connotaciones socioculturales; pero su mayor mérito estriba en que al hablar sobre la cubanía a través de elementos y símbolos tradicionales, convertidos en estereotipos por un uso indiscriminado, los carga de energía y organicidad, devolviéndoles su valor primigenio. Por otra parte, su concepción del espacio, en el que dice tomar como referente a Lucio Fontana, ha contribuido a desalmidonar el género escultórico en Cuba, tradicionalmente aletargado. Sus esculturas para colgar, o que pueden ser percibidas en su totalidad desde un solo ángulo, por su nivel de síntesis y, en algunos casos, de transparencia, resultan únicas en la historia de la plástica cubana.
La última exposición de Kcho en Cuba fue en el 2002, y en ella La jungla de Lam le sirvió de inspiración. Aquí combinó la unidireccionalidad del ideal racionalista de progreso prefigurado en la espiral del Movimiento a la III Internacional de Tatlin con la precariedad diversificada del contexto caribeño. La muestra fue un homenaje al prominente pintor cubano por su aporte en la focalización de la mirada eurocéntrica hacia el arte del Tercer Mundo.
Kcho ha debido agenciárselas a través de los años para maniobrar con las mismas temáticas: migración, utopía, identidad, etc, bajo la presión de un peligro doble: ser absorbido por el mercado como artista que comenta sobre problemas álgidos de la realidad cubana y por la manera de proyectar tales cuestiones desde su discurso de lo precario.
Los objetos del cubano se han transformado en sus últimas incursiones, ahora además de precarios son amenazantes. Motivado aún por la urgencia de la migración en su contexto, se niega a apartarse del tema y durante el 2002 inicia la serie Objetos peligrosos. Aquí usa como elemento novedoso dentro de su propuesta las púas del pez aguja. Estas últimas en una versión resultan alegoría del peligro que representa la aventura de viajar, en otra, las tensiones que pueden darse en las relaciones interpersonales. Para Kcho la amistad es su amuleto, de ahí el carácter poético de algunas de estas interpretaciones.
Viajar es algo que el artista hace porque no le queda más remedio, pero no le satisface. Por eso siempre hay una contrapartida cuando aborda el tema: la permanencia en casa. Archipiélago, serie que inicia en el 2003, alude al viaje inevitable. Un mapa de Cuba conformado por una flotilla de pequeñas embarcaciones y tres propelas que definen Yucatán, Florida y La Española ha sido desplegado sobre una extensa área. Los barcos cubiertos de construcciones (casas faros, postes de corriente eléctrica, etc) remiten a la contingencia de la navegación, al constante flujo de comunicaciones que interconecta al orbe, y sin el cual no podríamos sobrevivir. Sin embargo, la casa es una constante en esta historia, sin ella no se concibe el desplazamiento. Esta pieza viene a ser una síntesis entre dos momentos importantes en la tragedia del autor: las favelas y La regata, y Kcho le ha hecho varias versiones.
En el 2004 el artista dispone en la propia sala de su casa en Miramar Núcleos del tiempo. El enviroment consiste en toda una casa dispuesta encima de remos. Ésta ha sido instalada sobre todo, con muebles y enseres traídos de la casa de Kcho en la Isla de la Juventud. Amigos, familiares y conocidos han contribuido en la tramoya. La pieza tiene ubicadas las habitaciones a un mismo nivel, de manera que podemos desplazarnos por debajo sin mayores dificultades. La precariedad aquí sigue siendo una constante, y el hecho de que en Cuba convivan varias generaciones bajo un mismo techo, por la difícil situación económica, también se hace patente. Sin embargo, aunque para Kcho cada uno de estos espacios guarda una carga afectiva particular, la idea que quiere transmitirnos no es que éste sea precisamente su hogar (puede ser el de cualquiera), él no es un hombre casero como decimos en nuestro país, sino que estos pequeños sitios nos transfieren seguridad, sosiego, calidez, son esos lugares donde somos más nosotros mismos, y que a pesar de ello, muchas veces tenemos que abandonar en contra de nuestra voluntad.
Al colocar todo el mobiliario encima de remos que semejan zancos, el artista alegoriza acerca del fenómeno migratorio y sus resonancias en lo personal y lo colectivo. Propone asumir el viaje como un hecho más dentro del concierto de problemáticas actuales. Su actitud es la del que está de regreso de todo. Una vez más Kcho utiliza objetos precarios para activar la connotación de estos fragmentos de vida inolvidables, por pertenecer a nuestro universo íntimo.
Núcleos del tiempo moviliza criterios acerca de los continuos desplazamientos globales. Estar en zancos representa una posición ventajosa, elevada, que asume el lado positivo del asunto y desecha los maniqueísmos para asumirnos dentro de un proceso complejo de encuentros y desencuentros donde podremos proponernos salir beneficiados.
Amalina Bomnin
Octubre, 2004
Notas:
(1) Rolnik, Suely, Toxicómanos de identidad: Subjetividad en tiempo de globalización en Criterios No. 33, Casa de las Américas, Fundación Príncipe Claus para la Cultura y el Desarrollo, pp. 154