Semejante a una ráfaga de viento huracanado fue la entrada de Bejarano al mundo del arte cubano. En 1987 obtuvo el Primer Premio con la calcografía Kate (1), en el Encuentro Nacional de Grabado, muestra exhibida en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, evento que tuvo -como muchos otros acontecimientos de la década del 80- una importante repercusión en el mundo artístico, escenario donde se demolieron múltiples fronteras y se produjeron constantes rupturas en relación con los estereotipos y vicios de una tradición que pasó a ser cuestionada y revitalizada.
Bejarano, que por esa fecha dibujaba, pintaba y grababa con una fuerza y un fervor que todavía conserva, fue uno de los primeros artistas en Cuba que hicieron del grabado un hecho instalativo y tridimensional (2), acción registrada dentro su serie Huracanes, presentada en el Castillo de La Real Fuerza en 1989 (3). Esos huracanes fueron una primera reflexión sobre la identidad. En el centro de su atención estaba la relación del hombre con la naturaleza (y viceversa), y la conversión de ésta última en objeto del arte. Su reflexión discursó en un primer momento sobre los excesos de ambos a partir de un lenguaje de cardinal informalismo, lírico y sensual en ocasiones. El huracán se tornaba más que un fenómeno atmosférico, en una expresión simbólica a tono con la aceleración de la vida contemporánea con su violencia. Fuerza vital del individuo ante sus propias contiendas. Reflejo del hombre que se agiganta ante los tremendismos de la existencia. En esos huracanes suyos estuvieron la furia, la violencia, la fuerza de los torbellinos que el Caribe -como zona geográfica- paladea frecuentemente. Junto a esto, luego, se fueron imponiendo la belleza, el poder del movimiento y lo sensual, en un erotismo para nada exhibicionista y obvio.
Eran cantos al encuentro, al germinar. Comenzaron a ser más nítidas las formas que insinuaban lenguas fálicas, pubis femeninos, vulvas, entrepiernas, cópulas que tenían lugar en el juego y el encuentro de las formas. Formas de preeminencia vegetal, que semejaban sin embargo vellosidades; anatomías fundiéndose de modo indescriptible. Bejarano en tanto, iba del uso de telas trabajadas en técnica mixta ya desde 1988, a monocromáticas serigrafías y a colografías donde tenía un renacer el uso del color durante 1991. Piezas todas con autonomía, pero enlazadas entre sí, algunas de las cuales serían parte de la exposición Corte final, presentada en el Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño en mayo de 1993, con la cual dio término parcial al trabajo que hasta ese momento venía realizando.
Bejarano desarrollaría una nueva temática desde 1993 hasta 1995 con Brisas del alma. Mediante la colografía, insistió en sacar el mayor partido posible al grabado sobre plástico, en el cual las hendiduras se hacían con aguja de coser y le facilitaban el camino hacia el detalle. A partir de ese momento los formatos fueron más moderados, con un ideario diferente y también una morfología que le permitió sumergirse de modo coherente en la aprehensión crítica de su espacio privado y doméstico, en una evaluación de la vida en pareja y de la familia en el entramado establecido por lo cotidiano, en medio de las perturbaciones que ha supuesto una época en la vida del cubano, denominada período especial, marcada profundamente por la crisis económica y su repercusión innegable en lo ético y en lo moral, tanto en lo privado como en lo público. La figuración de la serie, sin abandonar lo gestual, se adentró en un territorio cultivado por un dibujo virtuoso de corte neoexpresionista, que le concedió un protagonismo un tanto inusitado a la figura humana, en relación con la obra anterior realizada de este artista.
Bejarano se autorretrataba, y también en múltiples ocasiones junto a su esposa, que asumía el rol de mujer y madre a la vez. Evaluaba la tradición y la vida misma para discernir en torno al subterfugio de esas múltiples negociaciones, encontronazos y conjunciones que se producen en el hogar y la familia, tras tomar un fragmento de lo individual por el todo social. No quedaban fuera de su análisis la religión, las incomprensiones, el sufrimiento, el amor, la intolerancia, el deseo y el machismo arraigado. Por otra parte, es preciso reconocer que si bien una buena parte de la obra de Bejarano está dotada de influjo de sus propias vivencias, donde se acentúa una intimidad no exenta de dramatismo, su visión no se enajena de lo colectivo.
Con posterioridad profundizó en tal sentido, pero con un tono que marcó de modo singular su obra posterior. Las inflexiones en torno a lo doméstico, no fueron una constricción únicamente al espacio privado del hogar y al mundo intrínsico de sus relaciones, dado que incluían un acercamiento al contexto como dominio más amplio de ese propio sentido de la vida doméstica al buscar las esencias del país, de la nación, y de su identidad.
Ya en algunas telas de la exposición Tierra Fértil (4) y en sus grabados sobre plástico realizados entre 1994 y 1995 comenzaría a aparecer, como elemento recurrente, la figura del Apóstol. Su presencia no era un asunto nuevo en la obra de Bejarano; sin embargo, esos Martí de cuerpo entero, se integrarían como núcleo de singular simbolismo dentro de las nuevas zonas hacia donde se desplazaban los intereses del artista, concentrados en los avatares de la convivencia y el entorno común de una pareja que se constituía en familia nuclear. Martí cuya cabeza fue coronada con un sombrero campesino, emergía dentro del habitad del artista – pintado o dibujado-, oscilando su representación entre los procedimientos un tanto cercanos a la ilustración y el tono leve pero lúdico de la caricatura. Un Martí nación en la pintura, tierra él mismo, timonel o colaborador de Bejarano en una acción purificadora, pero tan íntima como la hora del baño. Mientras, en el grabado, esculpía nuestra isla ante la mirada del artista y su esposa y, otras veces junto a ellos edificaba, restauraba, transformaba, limpiaba.
Convirtió al héroe en ente próximo, palpable; parte del juego en un nuevo contexto, cargado con los contenidos propios de su estatura mítica y al mismo tiempo partícipe de las problemáticas de actualidad del momento en el cual las piezas fueron hechas; período en que la crisis económica amenazaba con asfixiarnos. Sabiamente, el artista, tras un hábil manejo de la ironía y con un tono humorístico inocultable, en la pintura y en el grabado, logró evitar la gravedad y las poses, para ofrecernos al Apóstol en su cualidad de amigo entrañable, asidero para la salvación en los momentos más críticos.
Sobrevino entonces un período de labor abrumadora, en el cual se acentuó el uso de figuras con sombrero, clara alusión al hombre que trabaja la tierra, como los que habían aparecido en Tierra fértil, pero desapegadas entonces de lo que puede considerarse -en cuanto a formas- un leve naturalismo. También comenzaron a aparecer personajes que cuya tipicidad se iba extendiendo en nuestro medio.
En 1995 Bejarano se encontraba en un punto dentro de su trabajo que propiciaría sustanciales transformaciones. Había ya madurez en conceptos que se definirían ya desde entonces, acerca de la representación de la ciudad (y la sociedad en general), así como las convenciones que sobrepasarían su clásica pertenencia a géneros tradicionales como serían los temas de las naturalezas muertas, el retrato, la pintura religiosa, la retratística histórica y el paisaje, en una apertura más explícita en torno a lo público y lo contextual (5).
Su oficio como pintor se enriquecería en las obras de ese período en el que aún, con una carga expresiva mayor, continuó nutriendo su labor en el grabado. Un reconocimiento en tal expresión lo constituyó el premio que recibiera en la XI Bienal de grabado Latinoamericano y Caribeño en San Juan, Puerto Rico en 1995.
Con Tierra húmeda (6) – juego entre abstracción gestual y una figuración dada por medio de notables disolvencias-, algunos de los elementos apuntados con anterioridad comenzarían a detonar. Hay un retorno a la tierra como Magna Mater, pero sobre todo un regreso al hombre, a sus orígenes y esencias. La tierra es principio y fin, pero es también la paridora, esa, la tierra de nuestras entrañas (7). No eran gratuitos el goteo, el raspado y las texturas; ni siquiera infundados su regodeo en lo onírico o en lo mítico, casi a la manera de un niño que vuelve a su lugar de nacimiento, mirándolo ahora todo con unos ojos caladores. Este sería también el momento en que el artista contrastó el lugar de donde él provenía y el mundo urbano en él que se hallaba ahora inserto.
Se ocupó de describir y discernir acerca de la esencia del ciudadano y de la espiritualidad del campesino ligado indisolublemente a su terruño. Precisamente en la espiritualidad de éste último deja ver que El adivino, es un personaje tenido en alta consideración, así como es de temido El Brujo, en tanto el Aire del sur reconocido y nombrado en las faenas de laboreo de la tierra; así como siente de un modo inexplicable las Nubes bajas. Dejó constancia además de la descomposición de valores tenidos como seculares y del empobrecimiento espiritual abrumador en el medio urbano.
Este hombre del campo ya reconoce la existencia del Homo citizen. Sabe además que no termina de conocerlo por haberlo distinguido, sino que empieza a tener conciencia de su mutabilidad y de la multiplicidad de tipos que tendrá que ir descubriendo, en el teatro que es la ciudad. De esa forma irían apareciendo un grupo de rostros en solitario, cual preludio de la definición de múltiples tipologías.
Marea baja reforzó y amplió los contenidos de la anterior serie en cuanto a sentidos y formas, articulándose de modo coherente con el tema el individuo y su memoria, tópico sobre el cual versó la VI Bienal de La Habana en 1997, evento al que Bejarano fue invitado a participar, integrado al segmento denominado Rostros de la memoria.
Esta serie enarbolaba su canto a la tierra, ensalzando el sentido de pertenencia, aunque, por otra parte, dejaba constancia del éxodo de la población rural hacia las ciudades. Marea Baja consolidaba e insistía, al mismo tiempo, en la reformulación de aspectos antes sólo enunciados, con una figuración que se resistía al abandono de lo abstracto pero dejaba, sin embargo, un sitio pródigo a la figuración. El universo del campesino tuvo un tratamiento más lírico, y los hijos de la tierra fueron convertidos en seres alados. En tanto, elementos del lenguaje pop se abrían un lugar en la pintura de Bejarano. Sin dudas, la pieza más impactante de la serie y que resumía en si misma toda la narración del artista, fue en este caso, la Isla oscura. La isla convertida en escenario en medio de la noche. Una isla visitada e iluminada por un ser espectral que delataba la belleza de lo que la oscuridad aplasta.
En 1997 Agustín Bejarano obtuvo el Gran Premio del Salón Nacional de Grabado con una trilogía hecha sobre plástico (Harakiri, Plantas e insectos y La conquista). Su exposición El hombre inconcluso, exhibida en la galería GAN, en Tokío, en 1998, fue resultado de ese premio. Dicha exhibición fue significativa por dos razones esenciales. Una de ellas, reunir una amplia muestra de sus grabados fuera del país, (compuesta por los realizados en 1993 y hasta 1997, conjunto abarcador exhibido de ese modo por primera vez), y la otra, la presentación internacional de Angelotes (1998). Estas pinturas de gran formato, tenían una preeminencia pop, que se avenía al interés del artista por contravenir el sentido con que en la historia del arte se habían representado a los ángeles con anterioridad. Fueron los suyos seres andróginos en su mayoría, mensajeros unas veces luminosos y protectores, otras, simuladores y engañosos. Presencias ostentando además su poder de agresivos cazadores, o su fortaleza de guerreros.
Paralelamente a sus Angelotes, Agustín Bejarano continuó su desempeño en el grabado sobre plástico con la serie Las coquetas (8). Un dibujo refinado era el vehículo sobresaliente de piezas que tuvieron en su esposa, a la modelo. Eran un contrasentido en relación con el título que las unía, pues se aludía a mujeres perseguidas por la tradición; flageladas, cautivas, laceradas y prisioneras de un destino que el guión escrito para ellas por la historia y la sociedad han predeterminado e imponen.
En la pintura, aparecerían en 1999 Paisaje y naturaleza muerta y Anunciación. En Paisaje… su aproximación tenía algo de fantasmagórico. Elementos de estilizadas vajillas -que remedaban las utilizadas por la burguesía cubana del siglo XIX traídas desde Europa-, refulgían desde dentro y contenían además, en su interior, otras vistas: miniaturas de otros parajes, muebles y referencias arquitectónicas e incluso retratos. Una atmósfera envejecida por el peso del tiempo, gravitaba en estas realizaciones que revivieron de modo orgánico, pero inusual, el tema de los clásicos bodegones.
En las anunciaciones (9), aunque se acercó a un tema bíblico, el juego de Agustín Bejarano iba en otra dirección. El medioevo era evocado y de igual modo su espíritu renacentista, sin llegar a la cita o a la apropiación. Cada obra era fragmento, en el cual el suceso narrado se desplazaba a otra dimensión. Trascendían la encarnación religiosa, para dejar el asunto en cuestión, abierto a otros credos y sobre todo al reino de lo mundano. Así el tema fue trasladado hacia una contemporaneidad que le adosaba anuncios, tatuajes y graffitis. Sus íconos serían emplazados desde una familiaridad contextual a partir de personajes ambiguos y sensuales, sumergidos en noches luminosas y entre redes vegetales animadas que envolvían, anudaban, entrecruzaban y también reprimían. Las señales que se susurraban, cantaban y bailaban en Anunciación se concentraban en un territorio teatralizado, en el que habitaba una hibridación de ideas y recursos puestos en función de un modo diferente de incursionar en el tema y manipularlo, para detenerse en lo humano, en la voluptuosidad de los cuerpos, acentuada por el claroscuro y la recreación de los matices en los volúmenes. Bejarano alzaba su voz en un elogio de la fertilidad, pero sobre todo ensalzaba el enigma. Quiso registrar en particular, el instante fugaz en su magia de la revelación.
Bejarano ha sido a todas luces un artista que ha rehuido la unidad estilística con un vivo interés por renovar temas profusamente abordados en la historia del arte, como sucedió también con el retrato en su serie Cabezas mágicas. Los personajes retratados se integraban con sus austeros entornos y, aunque a veces eran representados hasta el torso e incluso de cuerpo entero, conceptualmente, desde el propio título de la serie, la referencia simbólica en torno a las cabezas estaba centrando a la misma en lo que genera el pensamiento, en la fuerza y poderes de la mente, ponderándola como receptáculo de lo espiritual, en analogía con la idea de Platón acerca de que la cabeza humana es la imagen del mundo.
La serie enzalsaba la épica de lo cotidiano. Cotidianeidad que en su sencillez y fugacidad construye la epopeya del hombre común. Aquí hubo lugar para los adioses, la espera, las heridas y también para lo salvaje, los naufragios y las metamorfosis. Desentrañaba así el artista la urdimbre del acontecer y, al mismo tiempo, de la memoria desde lo individual, para entregarnos un bosquejo de su propia experiencia a través de muchos de los seres marginados del gran discurso de la historia.
Cabezas mágicas, presentada en la Fundación Havana Club, en La Habana, fue una especie de resurrección del tema del retrato. Retratos abstraídos en los tipos representados, invocados. Abstracciones de orden genérico (Tejedora de mano, Pescador, Retrato de muchacha) (10), que ficcionaban rostros en los cuales se recreaba lo anónimo y, al unísono, múltiples figurantes de las calles.
En el año 2001 fue mostrada en Nueva York por The Elkon Gallery, en la exposición La Belleza y la fuerza, la pieza Imágenes en el tiempo III (11). Esta tela pertenecía a la serie de igual título que Bejarano había comenzado en 1997 y retomado el mismo año de la muestra neoyorquina. Martí emergía otra vez en el discurso de Agustín Bejarano con una pujanza irrefrenable, asumido desde una postura que difería de lo hecho en tal sentido con anterioridad en la pintura y en el grabado. Si inicialmente sus alusiones al Apóstol se habían detenido en su imaginario, en la figura política que fue, y en el ciudadano con el cual el artista había compartido su intimidad, en este momento era el héroe quien renacía desde una mirada enaltecedora de lo sagrado y lo épico, a través de la exaltación de su espiritualidad excepcional. La metáfora adquirió un ascenso tropológico mayor en el abordaje de la estatura mítica del hombre que le ha dado a su propio mito sobradas razones de ser.
Todo lo que Bejarano había realizado como artista hasta ese momento, fue conscientemente filtrado hasta convertirlo en herencia dentro de esta serie. Los recursos plásticos dejaban entrever, por momentos, al dibujante, pero la mayor resonancia iba tras el pintor, en el modelado de su figuración. La intencional recurrencia a los sienas, ocres y sepias; el rejuego con sus intensidades, no sólo en los fondos, si no en la superficie toda de las telas, junto a las craqueladuras y vidriados acentuaban lo textural, y tenían el propósito de reforzar, por una parte, el decursar del tiempo, y por otra, exacerbar la fuerza del nexo tierra-hombre. El valor simbólico que le aportan a lo anterior otros elementos aspiraban a unir al hombre con todo lo que es, ha sido y será, y no con la moda de un día(12).
Bejarano estableció en su serie una distancia crítica con las convenciones de la retratística heroica. Los Martí que habitaron sus obras no pertenecían a los pedestales. Eludió la solemnidad para regodearse en los afectos hacia el Martí que la historia endurece y aleja del ser común. El artista animó en estos retratos, una pintura que reflexionaba sobre un pensamiento, una sensibilidad, una ética; la de un hombre único (no perfecto), paradigmático, dado al cultivo del sacrificio, la justicia, el amor y la ternura. Entregado a la liberación de su país, pendiente al mismo tiempo del destino de América, con un ideario válido para la humanidad toda. Hombre que se alzó siempre por encima de sus soledades, de sus angustias y de la fragilidad física de su cuerpo. Bejarano consiguió con Imágenes en el tiempo, entregarnos el perfil humanista de ese Martí que trasciende la referencia local y se explaya en lo universal.
Imágenes…, estaba libre de las exigencias habituales en la representación de personalidades históricas. El parecido físico no fue cardinal, y sí, la esencia del personaje. Su cuerpo resultó múltiples veces fragmentado en función de lo simbólico. Se remarcaba la inmanencia de su pensamiento visionario e iluminador y la grandeza de sus actos. Martí apareció múltiples veces como un ser alado, equivalencia de mensajero, de guía, con el vigor de un colibrí sostenido en la corriente del tiempo. Por eso, también su figura apareció sobre andamios y escaleras, a mitad de camino entre los sueños y las asperezas de la realidad, entre las utopías y el viaje que significa concretarlas. Ahí estaba esa, su mano grande, instrumento del hacedor, del dador. Su cuerpo, tierra. Su cuerpo, manantial.
Comprometida con la espiritualidad que manaba de Imágenes en el tiempo, y desde el interior de ella misma, entremezcladas durante un tiempo en que era todavía difícil y precipitado un deslinde definitivo, es que se definió la más reciente serie de Agustín Bejarano, denominada Los ritos del silencio.
En Los ritos… hay un hombre, sin duda retratado, pero según el modo en que Bejarano asume este hecho. Sus retratos decontruyen el género y al mismo tiempo el sujeto de la representación. Luego de una abstracción genérica, el hombre emerge indiferenciado. Cada pieza acerca de él metaforiza ansias, necesidades, angustias, soledades, sueños y deseos. Bejarano denuncia estos flagelos, deja constancia de su perpetuidad, en tanto disecciona el espíritu del ahora, desde su médula misma. La aridez colma lo que pudieron ser benévolos paisajes y son lugares de vociferante esterilidad.
Grandes, medianos y pequeños formatos ha utilizado Bejarano en estas ceremonias relacionadas con el silencio. Las representaciones remiten a pequeños seres (sobre los que parece caer todo el peso de la humanidad), ataviados con sombreros y frecuentemente con alas enormes; puestos en la cima de andamios y escaleras, para establecer además una relación íntima con los paisajes desolados y austeros -de ascendencia filosófica cercana al zen – donde convirtió en rutina la existencia de cráteres y abismos, las sombras de la ciudad, pueblos fantasmagóricos con escuálidos árboles.
Nada clásicos son los parajes hacia donde nos lleva con pericia de cirujano, cuando abre un profundo tajo para mostrarnos algunas problemáticas que asfixian a la sociedad contemporánea: la falta de comunicación, la soledad y la fragilidad e impotencia del hombre actual antes los magnos conflictos que gravitan sobre él.
Los recursos plásticos crean una atmósfera sobrenatural y desolada donde sus personajes aquietan su espíritu, absortos en una fuerza superior omnipotente que en ellos habita. Una fuerza que algunos llamarían de modo equivoco la sumisión al destino pero que es, simplemente, reflejo del desafío de existir expresado en la disputa que tiene lugar entre el silencio y el vacío.
Cobran un sentido especial la elección de seres humildes y comunes en medio de sus avatares con el tremendismo de la voz ausente; fuerza para resguardar el dolor verdadero de su simulacro y de la debilidad que hay a veces en la confesión del mismo. Estos hombres de simple apariencia, puestos sin azar por Bejarano en sus paisajes, son la tensionante visión del drama humano, de la lucha por los sueños, la esperanza, la pasión; por cada fragmento de la vida misma que se debate entre los límites que las circunstancias imponen.
Estos ritos son una prueba de fortaleza y tienen sus protagonistas una estatura sagrada que no pide clemencia; son un signo de abatimiento pero bajo ninguna circunstancia de derrota. Por eso eligió hombres no tocados por la frivolidad, puros en su esencia misma y en la de sus faenas (pescadores, campesinos o utopistas); hombres que llevan sus verdades a cuesta y aún desde lo profano, buscan la piedad en la iluminación interior, en la meditación, ya sea dejando ir al tiempo, en desvencijados embarcaderos o en rústicos andamios o por la imprevisible corriente del agua, en el mar, en el río, o en los sueños.
El silencio que va con ellos anula llanto, ira, tristeza, furia, frustración, odio, y guarda el rugido en su interior hasta acallarlo y encontrar el sendero apropiado para sus encrucijadas. Por eso los cuadros, en su mayoría, se ordenan a partir de un centro; el caos no cabe en estos paisajes, en estas meditaciones de hombres que callan pero buscan, mientras se entregan o abandonan transitoriamente a la naturaleza.
Los paisajes son el sitio de comunión de gente que busca despertar, abandonar toda duda sobre sí, resistir las más álgidas tensiones para hallar la iluminación de la conciencia propia. Aquí están sin duda sus aventuras íntimas, sus viajes. Dentro de cada pecho hay una sostenida oración, por ello, distingo a los actores de Los ritos del silencio, como orantes -permítaseme llamarlos de ese modo- que rinden culto al silencio, pero no por ello dejan de estar ávidos de respuestas.
En la infinitud de una naturaleza más simbólica que naturalista, y por demás inabarcable, plena en sus efectos luminosos o en las densidades de su oscuridad, hombres y lugares convergen. El acto de silencio es el rito, y el universo su paisaje. Su cópula hace que todo se inunde anulando al vacío y la mente de los que callan pasa a ser una ventana entre el afuera y el adentro. Justo en ese instante queda aniquilada esa bestia interior que a todos alguna vez nos ha poseído.
Los ritos del silencio (13) constituyen el momento de mayor síntesis en su obra. Su acción pictórica en ellos se torna límpida, austera y, ha llegado a ser un espacio en el que con agudeza y coherencia se explaya toda la recurrencia a una memoria de carácter antropológico donde los protagonistas son hombres periféricos, habitantes de ghettos casi en extinción, alteridades apenas susurrantes.
Adentrarse en la urdimbre de la poética de Agustín Bejarano presupone no considerar apresuradamente sus múltiples tránsitos, no pecar en el deslinde de series o etapas, porque en la conformación de su discurso no existe la violencia de lo abrupto, sino una peculiar metamorfosis y una entremezcla continua que lo lleva de un lugar a otro con una coherencia conceptual y morfológica que va marcada por el patrimonio de su propio ejercicio.
Para poder discernir adecuadamente en torno al discurso que él ha construido, se precisa abandonar cualquier visión estereotipada, alusiva sólo a esa parte de su obra relacionada con la constante movilidad formal y el cambio en su valor más epidérmico. Aprehender su obra es ir en él más allá del asiduo experimento y la descontaminación de lo instaurado como cliché. Eso permite distinguir cómo hay en el sustrato de su hacer -y en su entramado-, y también en la misma superficie, todo un continuo, cuyo sentido está en la argamasa de la historia en una perspectiva autoreferencial, en un viaje de lo privado (o íntimo) a lo social, y al contexto de lo primigenio.
Lo vivencial y lo cotidiano son sustancias nutricias de sus obras. Su forma de asumirlos ha dotado paulatinamente su producción simbólica de la capacidad de trascender el tiempo y el espacio en que fueron creadas, aún cuando nacieran en el interior de una determinada naturaleza social y humana.
El artista ha conseguido llevar adelante, en medio de propuestas muy diversas, una ideología estética sin fisuras, en su indagación acerca de lo que está sembrado en lo colectivo. Nos ha llevado a ver otra vez el sentir martiano de la tierra como mundo, de la tierra como humanidad toda. Lo figurativo y lo abstracto, o semiabstracto, han sido recursos formales que sostienen su juicio en torno a lo contradictorio que hay entre progreso y tradición y las marcas que dejan en el cuerpo social.
La obra de Bejarano no escapa del influjo de la convulsionante sociedad actual y, en sus múltiples yuxtaposiciones en cuanto a tiempos y memorias de naturalezas muy diversas, él ha preferido no ser cómplice de un mundo contemporáneo donde escasea la espiritualidad verdadera y busca sacar del anonimato la crisis existencial del hombre moderno y su desamparo.
Este hombre que Bejarano ha decidido mostrar en su abandono, ha transitado y rebasado sus propios límites por medio de la oración, el ruego y la meditación en tanto el silencio se reitera como eco. Algo intenso e innombrable llega, cae, invade con su densidad el lugar reservado a esa voz que con desesperación quisiera ser oída. Aquí hay revelaciones escamoteadas por el silencio. Puede haber un aguacero intenso, pero el tiempo es otra cosa. Llovizna fina en su decursar. El tiempo garúa imperturbable. El peso va dentro del pecho del hombre asfixiándolo, nada lo rompe, nada lo libera, un sombrero es su único resguardo. Hombre ayer, ahora, siempre bajo la lluvia eterna de los días.
Caridad Blanco de la Cruz
Citas y Notas
* Este artículo es una versión reducida de un texto mayor titulado de igual forma aún inédito.
(1) Esa calcografía hacia alusión a un huracán de igual nombre que azotó a Cuba en el año 1987.
(2) La instalación escultórica Vida, 1989. Calcografía y acetato. 200 x 500 cm, realizada con calcografías y acetatos es el ejemplo más sobresaliente en tal sentido.
(3) En 1989 se graduó en la especialidad de Grabado en el Instituto Superior de Arte en La Habana e inauguró en su ciudad natal el Taller de Grabado de Camagüey, del cual sería director durante dos años
(4) El título de esta exposición se debe a una de las piezas que la integraron en la galería Habana en 1994. Tierra fértil , 1993. óleo/lienzo.130 x 151 cm, era el cuerpo de José Martí convertido en isla.
(5) Este período se corresponde con su serie Voluntad de silencio realizada en 1996, año en que el artista residió en Monterrey. Con igual título, una parte de ella junto a un grupo considerable de los grabados de la serie Brisas del alma, fue presentado en la galería Nina Menocal, de México en ese mismo año.
(6) Serie que realizó entre 1996 y 1997. Una parte de ella fue expuesta por primera vez en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales en La Habana, Cuba, en agosto de 1996 y con posterioridad en la galería Lausín y Blasco, en Zaragoza, España en 1999.
(7) José Martí. Ciegos y desleales. De Patria, Nueva York, 28 de enero de 1893. p 217. Obras Completas. Volumen II. Política y Revolución. Edición Digital. La Habana, Cuba. Centro de Estudios Martianos. 2001.
(8) La serie Las coquetas está constituida por 10 realizadas entre 1998 y 1999.
(9) Agustín Bejarano comenzó la realización de Anunciaciones en 1999 y continuó trabajándola hasta el 2001. Fue una serie poco vista en Cuba y sólo un pequeño atisbo de ella fue presentado en la galería Pequeño espacio, del Consejo Nacional de las Artes Plásticas de Cuba, como exposición colateral durante la VII Bienal de La Habana en el 2000.
(10) Es preciso apuntar aquí que dentro de la exposición Cabezas mágicas, fue presentado el conjunto Metáforas de la salvación, integrado por 7 piezas (como días de la semana) que a la manera de una historieta contaban un sueño de José Martí. Fantasía esta de un sintético simbolismo, donde se hacia referencia a ceremonias y acciones fundacionales de singular repercusión en la conformación de nuestra nacionalidad.
(11) Latin American Art. La belleza y la fuerza. The Ellkon Gallery, Inc., abril 25 de junio del 2001. Nueva York, Estados Unidos. Agustín Bejarano fue el artista más joven allí presentado, junto a otros 16 pintores entre los que se encontraban: Diego Rivera, Wifredo Lam, Roberto Matta, Rufino Tamayo y Fernando Botero, entre otros.
(12) Marguerite Yourcenar en: Matthieu Galey. Marguerite Yourcenar. Con los ojos bien abiertos. EMECE Editores S.A. Buenos Aires, Argentina. 1982. p.39.
(13) La serie Ritos del silencio fue presentada por primera vez en una exposición personal de Bejarano en el 2003, colateral a la VIII Bienal de La Habana, en la galería Servando. En el 2004 fue exhibida además en la galería Villa Manuela de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) bajo el título Meditaciones y más recientemente como Ecos, en la Nina Menocal, en México.