Tamayo manifiesta un recurso evidente en buena parte de su trabajo anterior al desarticular a golpe de ingenio (llámese humor) el sentido a veces patético de la existencia y logra, a través de él, carnavalizar el dolor.(1)
¡Uf! La guerra otra vez; es la frase que nos hubiese arrancado a cualquiera de nosotros el hecho de saberla temática fundamental de la más reciente exposición del artista Reinerio Tamayo en la galería Villa Manuela.
Es que ya sea de tipo preventiva, santa, psicológica, sorda, fría o sucia la guerra ha sido un tema sumamente llevado y traído. Numerosas y diversas han sido las referencias a dicho asunto. El tono utilizado para referirse a los temas relacionados con la guerra ha sido, generalmente, aquel que apela a lo sensible. La intención ha sido intentar identificar al ente espectador con el individuo actor entiéndanse por actor todos los individuos que de una forma u otra estén involucrados con el asunto bélico- a través de la provocación de imágenes generadoras de sentimientos de pena o de dolor. Se han visto entonces en los noticiarios imágenes cuerpos desmembrados; rostros de infantes poseídos por el dolor; portadas de revistas con unos hermosos pero igualmente aterrados ojos verdes, e infinidad de apelativos de semejante índole.
Pero debiéramos preguntarnos, aun cuando ya estemos tan acostumbrados a ello que demos por sentado su veracidad ¿por qué se ha elegido dicha tipología para el abordaje de los conflictos bélicos? Independientemente de que esto forma parte de un proceso de mayor trascendencia que está relacionado con la manipulación de la información y por ende del individuo, es necesario tener en cuenta que la guerra forma parte de los fenómenos considerados por consenso social como serios, dicha seriedad se la confiere la naturaleza de los efectos provocados por el fenómeno.
Queda asentado entonces, dentro de las máximas que conforman los patrones éticos de la sociedad, el hecho de que la guerra es mala. Y lo es realmente, aunque se sucedan una tras otra, incluso, con justificación aparente. Sin embargo, las frases de evidente contenido antiguerrerista como hagamos el amor y no la guerra; di que no, que no; world peace y otras tantas se nos antojan huecas, y su inserción en el ámbito social, pudiera asumirse como una especie de actitud protocolar. La propia sobresaturación mediática sufrida por el suceso guerra ha desatado una contracorriente que ha desprovisto de eficacia comunicativa todo el contenido de aquel material que se centre en su aspecto punible; es decir, dicho enfoque, más que lograr su objetivo, lo que ha hecho es subvertir la finalidad del mensaje. La intención por la paz mundial ha sido desacreditada, entre otras causas, al hacerla formar parte de modo casi permanente y, diría yo, casi obligado, de cuanto discurso de figura pública existe, dígase un presidente potencial o electo, el Papa, una candidata a Miss Universo y etcétera. Este compendio de factores ha generado en la sociedad una especie de desentendimiento hacia el fenómeno que, sin embargo, se manifiesta, e incluso se ha manifestado, como una realidad casi omnipresente. La priorización de las necesidades particulares con respecto de las necesidades sociales; pero sobre todo el tratamiento que se le ha dado al tema en los medios, sean estos o no los tradicionalmente conocidos como masivos, han dotado de un aura impregnada de vacuidad a todo discurso referido a la guerra.
Reinerio Tamayo reconoce la importancia que tiene seguir hablando de tema tan álgido para el mundo actual pero ¿cómo aproximarse a tal acontecimiento, que ha devenido realidad irrelegable en tanto pudiese considerarse parte de la naturaleza humana sin caer en los lugares comunes que ya han desacreditado cualquier tipo de discurso? El artista nos hace una propuesta en la que la parodia, la burla, la risa parecen entronizarse como el recurso fundamental.
Para algunos resultaría una actitud irreverente y por demás condenable, el acercarse a la guerra en tono de broma. Teniendo en cuenta de que forma parte del grupo de los temas serios, la referencia implicaría un imprescindible requisito de solemnidad. Pero en las obras del artista no se aprecia una intención irrespetuosa, sino por el contrario, la chanza ha sido utilizada con una aguda intención reflexiva. Toda ironía es, más o menos, una forma de simulación, de doblez, puesto que consiste en decir lo contrario de lo que se siente o se piensa (2) . Según Mañach, en su ensayo Indagación del choteo, uno de los valores este radica precisamente en su funcionalidad crítica. El choteo casi siempre acusa un estado de impaciencia, un recelo de alguna limitación. Quizás no es otra que la de tener que guardar silencio ante un espectáculo que se demora o que aburre, pero siempre será la limitación impuesta por una auténtica o por una falsa autoridad. Es esta posibilidad crítica la que aprovecha Tamayo; quien no pretende reírse de la guerra, de hecho, no le parece un tema risible en lo absoluto. Se vale de semejante artilugio para no cometer el mismo pecado de sensibilización ante una situación que lo trasciende.
Esta tendencia a utilizar la estrategia satírica para referirnos a lo que nos parece censurable, a lo que no estamos de acuerdo forma parte ya de nuestra identidad nacional. Si no ¿qué hacían el Bobo y Liborio? El cubano, efectivamente, es capaz de tirar a relajo, de asumir mediante la risa, aquellas circunstancias sociales con las que debe convivir, irremediablemente. El choteo, por tanto, es la expresión de una circunstancia en la cual se significa el fatal destino de los elementos sociales implicados en ella (3).
Si bien las obras anteriores pudiera decirse eran más autorreferenciales, en tanto versaban sobre problemáticas del arte mismo; el mercado, Van Gogh, los clásicos de la pintura española ahora estas poseen un halo de universalidad dado el hecho de que la temática abordada nos atañe a todos. No obstante este carácter más universal se manifiesta, además de en la temática, en el lenguaje empleado. Junto a la parodia, Tamayo hace uso de la recontextualización de diversos íconos y aspectos de la cultura universal -elemento ya característico en su obra aunque, como ya habíamos analizado, utilizado para otros fines-. El intertexto se manifiesta desde la exclamación Magma mía!!!, alteración de la frase italiana Mamma mía!, que se ha convertido en título de la muestra. Se establece una relación semántica entre ambos vocablos en tanto magma se convierte en sustancia matriz por ende asociado a madre- estrechamente ligada a los procesos de formación de la tierra. Magma, también en claro vínculo con la explosión, el fuego la destrucción, inherente a su vez al concepto de guerra. A partir de entonces, comienzan a revelarse una serie de símbolos provenientes del cine, la propia pintura, la arquitectura, religión que evidentemente abarcan un amplísimo espectro de la realidad como sucede con la guerra.
Hay dos piezas en las que vincula al cine y a la pintura pero cada una lo hace de manera diferente. En La guerra de las galaxias es posible establecer una conexión con su producción anterior, sobre todo a lo que se refiere al aspecto formal. En esta ocasión es el cine quien provee el título. Sin embargo, es el propio título, préstamo de una conocidísima película, el que hace que la interpretación sea casi automática, independientemente de la utilización de una iconografía asociada con lo nacional: el cine Yara, los carros antiguos, la bandera cubana. Por el contrario en El Grito representa a una ciudad atemporal aparece el célebre personaje de King Kong encima del Empire State como otras tantas veces en la cinta. No obstante su escenario es completamente distinto al que él conoce, ahora la visión que se le plantea es la de una ciudad convulsa, inmersa en el desastre. Esta Nueva York está presenciando los sucesos del 11 de Septiembre del 2001. En este caso no podemos decir que haya una intención clara por desterrar la apelación al plano sensible, el asunto es que este se da de manera muy sutil, o sea, a partir de la conexión que establece a nivel del título con la obra de Munch. El otrora monstruo está vivamente impresionado por los acontecimientos que acaecen algunas décadas después de que él fuese el terror del espacio neoyorquino, donde ahora existe un nuevo espanto. El simio emite un grito de contrariedad en tanto ha sido trastocado de malhechor en posible víctima. En dos escenarios diferentes se genera el mismo fenómeno, con lo que Tamayo quiere llamar la atención sobre el hecho de que no hay sitios invulnerables.
La misma línea sigue Evolución donde se satiriza el propio concepto aplicado a la especie humana. La actitud de los individuos anteriores en la escala evolutiva de apedrear al homo sapiens sapiens habla de la inconformidad de estos con su desempeño en el mundo. Se establece entonces una paradoja entre lo que debe ser y lo que realmente es. En teoría al ser más evolucionado no debía ser tan dado a la violencia. Aquí es evidente la contradicción que manifiesta entre los conceptos de desarrollo intelectual y guerra. De esta manera, el ser supuestamente más civilizado es castigado por sus antepasados pues lo consideran causa de la situación existente.
La lámpara maravillosa juega con la idea del don. Trastocada morfológicamente en artefacto de guerra, nos induce a preguntarnos la función de esta nueva tipología de lámpara de los deseos y cuáles serán las características de los anhelos a conceder.
Las 7 maravillas del mundo moderno es una obra en la que aparecen travestidas con un ajuar bélico los hitos constructivos reconocidos como maravillas modernas. La muralla china es una hilera de tanques, el Cristo es un soldado armado, así sucesivamente el Taj Majal, Machu Pichu, la Pirámide de Chichén Itzá, el Coliseo Romano y la Puerta de Petra quedan ultrajadas por alusiones guerreristas; lo que nos lleva a replantearnos el cuestionamiento sobre cuál es la verdadera maravilla del mundo moderno. Detrás de esta imagen se esconde un mensaje tremendista: la maravilla del mundo moderno que ha sido capaz de crear el hombre no tiene otro nombre que violencia.
No es la primera vez que el artista utiliza esta metodología de acercamiento a determinadas zonas de la realidad circundante, aunque ahora haya apostado por un tópico y lenguaje más universales. La simbiosis de mofa y seriedad se ha convertido en su modus operandi. Tamayo tiene bien clara la disfuncionalidad que posee hoy la sensibilidad a lo Guernica y es por eso que esgrime otro recurso. No asistimos, pues, a un espectáculo arranca lágrimas sino a uno que perpetra un discurso que interpela al espectador con una carcajada, a fin de establecerla como hipervínculo a reflexiones de una mayor hondura en torno a los conflictos bélicos en nuestro mundo contemporáneo.
Chrislie Pérez