Mucho se ha escrito sobre la poética barroca, jugosa, telúrica y zoomorfa de la obra de Ibrahim Miranda. Su camino es un enjambre de metáforas y búsquedas que dan voz a las más intensas interpretaciones críticas. Muy pocos de los que se acercan a su obra le es ajeno desentrañar la esencia de cada pintura, de cada grabado que muestra una mirada única de nuestra geografía. Y es que los pasos de Ibrahim, también son los pasos ontológicos que recorre el ser humano hacia las inquietudes esenciales y constantes que nos agobian por dentro: ¿a dónde vamos?, ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos?
En «Los pasos perdidos», su más reciente exposición, Ibrahim revela estrenados caminos. Si antaño un poema de José Lezama Lima, «Noche insular: Jardines invisibles», le sirvió como desafío para crear diversos y enigmáticos mapas, ahora es Alejo Carpentier quien con su novela de 1949, Los pasos perdidos, ayuda a nombrar y plantear la contradicción esencial que rige esta muestra: no importa demasiado enunciar las respuestas definitivas, lo valedero es mostrar los caminos, los pasos que se recorren para salir del automatismo y del tedio cotidianos. Carpentier entregó un personaje que plantea una búsqueda y un viaje en términos ontológicos. El narrador innominado sale del mundo de la ciudad, de los disfraces y las representaciones, para ingresar a la selva, universo primigenio, auténtico y donde el tiempo se ha detenido. Así, como Carpentier, el artista invita a recorrer las diversas rutas que ha escogido conocer y conquistar en una aparentemente azarosa búsqueda; en un adentrarse en los miedos más recónditos, en ese dejarse llevar por cada idea que surge, por cada nueva técnica que lo tienta. Miranda se aleja, como el personaje de Carpentier, de la civilización, para encontrarse en un medio ajeno, primitivo, de descubrimientos y belleza.
Ese ir y venir de la ciudad a la selva, del mundo exterior al interior, es el camino que escoge con su arte. El viaje constante a la autenticidad resume el trabajo de sus últimos años. ¿Sus caminos? La tierra en que vivimos: la idea principal y sus afluentes -como los ríos que muestran colores cambiantes-. El artista vuelve al proyecto Cubrecamas -que inició en 1997- tejiendo siluetas similares de cada río sobre diversas telas; diversos nombres de ríos pero el mismo caudal y similares afluentes. Sus ríos, que son las rutas que afluyen a su vida, son también la idea esencial de la serigrafía Los pasos perdidos. Un hombre que se tatúa en el rostro un río, su propia vida que presiente ¿predestinación o azar?
La fuerza y el color recorren este viaje hacia lo auténtico. Las pinturas y serigrafías se detienen en el tiempo de un lugar específico del mapa exterior para revelarnos una forma interior, una mirada particular del artista: caballitos de mar, serpientes, perros, y por primera vez un ser humano se realza en un mapa (El borracho de Sancti Spíritus). Y pareciera que es Carpentier mismo quien describe este mundo poblado:
Lo que más me asombraba era el inacabable mimetismo de la naturaleza virgen. Aquí todo parecía otra cosa, creándose un mundo de apariencias que ocultaba la realidad poniendo muchas verdades en entredicho. La selva era el mundo de la mentira, de la trampa y del falso semblante; allí todo era disfraz, estratagema, juego de apariencias, metamorfosis. Mundo del lagarto-cohombro, la castaña-erizo, la crisálida-ciempiés, la larva con carne de zanahoria y el pez eléctrico que fulminaba desde el paso de las linazas. (164)(1)
Los ríos, como los animales que imagina Ibrahim, son límites, planos en el espacio geográfico, muros entre la naturaleza y el hombre. El río tiene vida propia y con su poderoso nervio central no permite que el hombre modifique su camino. Los trazados cartográficos también son límites espaciales. El artista no nos invita a romper esas demarcaciones, sino más bien a desarrollar la más poderosa imaginación, aún dentro de los términos impuestos por la sociedad y la civilización. Los elefantes, caballos y alces caminan dentro de las ciudades; los ríos recorren la tierra que pisamos, y devienen pensamientos fijos. Ríos como nervaduras de hojas; animales como relieves dentro del mapa del mundo, son los descubrimientos que ha hecho el artista en el contorno en que vivimos. Nos los muestra, además, llenos de exuberancia, para alimentar nuestra imaginación de brillantez y colorido.
Si para adentrarnos en la selva del ser, hemos de recorrer los ríos nerviosos y los «engendros geopoéticos» de sus animales -como los describiera Orlando Hernández-,(2)para llegar al centro de las respuestas más dolorosas, Miranda propone el Castigo y el Cautiverio. Sus mismos nombres son una tentación masoquista; ¿A quién no le agrada en algún momento el dolor? ¿Quién no está consciente de la necesidad del sufrimiento, del desprendimiento de todo disfraz para revelarnos tal cual somos? Así son las series Castigo y Cautiverio, el momento de más introspección, donde retornan los mapas de Cuba.
La Serie Castigo -hecha a partir de una fotografía de prueba de los años 20 del siglo pasado, donde es capturada una imagen desde 360 grados- revela la acción de pegar de una madre a su hijo. Ambos desnudos, ambos sin nada que ocultar, y exponiendo sólo el dolor de la reprimenda. La desnudez de la flagelación se torna acción psicótica y sensual. Sobre la madre que pega ininterrumpidamente a ese hijo, entre el dolor del llanto que se presiente en los dos, el artista ha sobrepuesto mapas de la Isla de Cuba en los que se extirpa al exterior -una vez más el adentro y el afuera- diversas partes u órganos del ser humano. El mapa de Cuba sobre la madre desnuda que pega a su hijo, y el corazón por fuera: la Isla pega al hijo. La madre que continúa pegando al hijo y el cerebro por fuera: ya el hijo ni siente ni padece. Y así se extingue la cabeza, el habla se desborda, para finalmente deglutir o escupir la Isla, como interpretemos. Todos los órganos vitales expuestos convierten al presunto ser humano en caracol, animal viscoso, lento, embrutecido, que intenta lamer todo el dolor y cargar con la Isla.
La serie Cautiverio, por otro lado, se va más al exterior, hacia esos otros límites: la discriminación, la emigración forzosa o indispensable, hacia los discriminados que alzan la mano en señal de demanda. La Isla esta vez se convierte en oscuro escenario de luchas sociales. Dentro del mapa de Cuba se ubican y nombran ciudades del primer mundo: New York, Madrid, Caracas, Ottawa. Espacios para emigrar. Y ahí la Isla se convierte en ese espécimen alado que transporta a las personas, no sólo hacia las ciudades utópicas de su deseo, sino también a la concentración de gente que reclama, que lucha en actitud enérgica.
El desdoblamiento en ríos, afluyentes, animales, mapas, castigos y cautiverios, son rutas en las que Ibrahim Miranda se busca y se reconoce. El viaje de Carpentier al centro del hombre, sin artificios civilizatorios, es también el viaje de la poética de Ibrahim Miranda hacia el entendimiento interno. Y para llegar allí tiene tantos caminos, como poderosa es su imaginación y sentido artístico. Desde el color extravagante y sin tapujos, el textil, el collage, la serigrafía, el grabado, el acrílico sobre tela con los que enuncia sus vías alternativas, sus recorridos necesarios, hasta las blancos y negros de las series del dolor.
Si el personaje de Los pasos perdidos halló su felicidad cuando perdió su sentido espacial y se adentró en el mundo selvático donde halló las raíces de la vida; cuando quiso más tarde reencontrarla ya no pudo. El hechizo se perdió en el momento en que necesitó «cosas» del mundo exterior. El deseo del protagonista de papel y tinta, es decir, del registro destinado sólo a la creación artística, lo hizo perder su propia felicidad. La obra de Miranda necesita que nos desprendamos de todo artificio, de todo disfraz; si insistimos en catalogarlo en una determinada técnica, en un único espacio o color, entonces se perderá la magia. Porque su creación artística no registra un saber, sino que es en sí misma, no sólo el viaje, sino la selva y las raíces.
Mytil Font Martínez
Mayo 2010
Notas
(1) Carpentier, Alejo. Los pasos perdidos. Viaje a la semilla. Santiago de Chile: Andrés Bello, 1997.
(2) Orlando Hernández, Cartografía Nocturna de Ibrahim Miranda, 1993