La verdad está en caminar, siempre adelante, con el corazón y la cabeza, siguiendo el impulso de LO SECRETO.
Existen todo tipo de fórmulas para moldear la realidad, para avivar los sentidos y sugestionar al otro; van más allá de la vida, de la razón y de la práctica artística. Nacen de la experiencia, de lo que fuimos y de lo que somos. Eso sucede sin importar el formato de un cuadro, el color de un plano, la intensidad de un dibujo; sucede cuando despierta nuestro yo interior y rasga las paredes de nuestras entrañas hasta hacernos sangrar. Es el sentimiento del que ha nacido esta exposición, de las ansias por develar las esencias de Lo Secreto.
Concebimos nuestro afán hacia lo oculto, estableciendo paralelismos y distensiones entre el hombre que cultiva su erotismo y aviva la llama de la religiosidad cual metáfora de esa subalternidad que cada quien guarda para sí. Cuerpos, cabezas, trazos expresivos, sugerencias que se combinan y entrelazan en la simbología que Rubén Rodríguez y Santiago Rodríguez Olazábal, hacen comulgar. Dos artistas cubanos, dos hombres que comparten el obrar irreverente, la constancia en el trabajo y cuyas búsquedas ontológicas han nacido de la tradición, del arraigo y se erigen componentes fundamentales del mestizaje humano.
Una silueta, un cuerpo femenino que levita al fondo, solo el contorno de la línea lo enaltece. Un sexo que quiere aflorar, pero el pudor intenta retenerlo. Una vorágine de imágenes, una ofrenda, un culto al origen de la vida, al secreto bien guardado en el torso, en las caderas, en los muslos, derroche sensual toda vez que Rubén Rodríguez nos ha acostumbrado a su entramado de signos, a sus figuras fragmentadas, a sus universos sexuales.
Unos ojos que no ven, una boca que calla, la invocación a la conciencia, la presencia de la muerte, el salto al vacío; así se comportan las figuras de Santiago Rodríguez Olazábal. Resguardan su ser interior en reflexiones que el artista ha profundizado a través de los años. Su conocimiento de la religión de ascendencia yoruba, nos descubre un universo puro, que nos recuerda la raíz de la cual hemos germinado.
¿Por qué no abrir las puertas, correr los velos, darle paso a la claridad? ¿Será que el miedo nos paraliza, que la ausencia de fe se nos vuelve en contra? ¿Por qué esconder la mano, el gesto, el sexo, el pensamiento? Lo Secreto no es más que una provocación, un rejuego para salvarnos del extrañamiento de lo ajeno, de lo desconocido.
Yudinela Ortega
La Habana, diciembre de 2017