En algún momento de nuestras vidas hemos confiado nuestra piel al deseo de otros, en busca de estímulos diferentes sobre cualquier riesgo consabido. La hemos expuesto a la frialdad del desnudo, a la relativa calidez de los ropajes, a la ominosa discriminación, al roce del dolor, al silencio y al reclamo. En algún momento hemos sido la piel de alguien más u otros han devenido en la nuestra.
En eso el arte se parece mucho a la piel. Sus poros admiten el intercambio, el préstamo, el riesgo. El arte transpira como la piel y necesita de constantes «limpiezas» o renovaciones para que porte salud y mejore contra el paso del tiempo. Manifestaciones tradicionales como son la pintura, el dibujo, la escultura y la fotografía, han incorporado, sin prejuicios, determinados procederes de otras prácticas sin afectar su lenguaje. De tal motivación emana una necesidad por recurrir a la fotografía, al momento captado indisolublemente, a la situación recreada, al instrumental concebido para descongelar un instante en nuestras vidas y ser «partícipes». En el caso de la producción fotográfica cubana, esta ha habitado la representación como mecanismo comunicacional y experimental, resultando ser el catalizador de esas respuestas que tanto nos preocupan. Ya desde la década de los ochenta tanto la experimentación técnica como los preceptos conceptuales, movían la escena fotográfica por un sendero distendido; la revelación de temáticas poco usuales, el divorcio con el documento, el resquebrajamiento de los límites impuestos a la representación y las búsquedas ontológicas en el objeto que se erige sujeto representado, serán los primeros pasos que nos lleven a dar con la nueva fotografía cubana, como apuntara Gerardo Mosquera.
Muchos autores han coqueteado con la captación de la imagen a extremos microscópicos para obtener otras texturas no advertidas con el enfoque más común, han subvertido químicamente la técnica del revelado con valores simbólicos, han hilvanado el soporte como apoyatura de un discurso identitario, se han apropiado del lienzo, de la luz, de las redes sociales, del espectador.
Con La piel del otro intentamos ofrecer una mirada hacia una fotografía que discursa sobre los grandes temas de la historia del arte cubano, díganse, el género, la raza, la identidad, los tópicos político-sociales y la desmitificación y socialización del uso de la fotografía como documento cotidiano de autorreafirmación. ¿Cómo asumir la otredad para revelar las interrogantes que preocupan a la naturaleza humana? Podríamos intentar un cambio de roles, cuestionarnos el paso del tiempo por nuestra piel, darle voz al silencio vertiginoso, expandir el detalle inconexo de un rompecabezas dejado a medias, expresarnos con la imagen de quien no ve… Tal vez así no tendríamos que hablar por los otros, tan solo un sencillo cambio de roles para habitar por un instante, la piel del otro.
Claudia Taboada y Yudinela Ortega
La Habana, febrero de 2016