El artista nos propone un cambio de soportes pero sigue siendo el mismo, un alucinado, un hombre preso de sus fantasías oníricas, un explorador de su sorprendente memoria. Bonachea reincide, insiste en una vieja interrogante, antigua vieja como la humanidad misma: somos nuestros recuerdos?
Desde seis piezas volumétricas y seis cuadros, con sugerentes títulos Bona siempre ha sido buen titulador- el artista nos sumerge, una vez más, en esa inquietante fabulación que ha sido su obra desde siempre. Esculturas e ingeniosas piezas instalativas, telas cuadradas o circulares, despliegan ante nosotros sus cerrados universos de seres enigmáticos, de cromatismo particular, en especial verdes y azules que debieran bautizarse con su apellido ( es decir, verdes y azules bonacheanos ), anticipando de esa forma el universo mayor de su cosmovisión. Volvamos a la pregunta: hasta donde la caprichosa selección de nuestros recuerdos van conformando nuestra personalidad? Mientras cada cual arma su respuesta yo reconozco que Vicente Rodríguez Bonachea se mantiene vivo como creador, su obra se renueva, su poética late.
Rafael Acosta de Arriba.
La Habana a septiembre de 2008