Todo comenzó en la década del sesenta cuando irrumpió en el panorama de las artes plásticas cubanas con su impactante propuesta y desbordante vitalidad. Desde esa época y hasta nuestros días, aún continúan hechizadas las pupilas que se han asomado ante sus figuraciones. El es uno de esos artistas que con su peculiar discurso, nos recuerda que la pintura es como un poema sin palabras, del mismo modo que nos pone a dialogar en su inequívoco lenguaje, extraído directamente de ese universo pertrecho de alegorías y de cubanía que son sus creaciones.
El arte está hecho para ser sentido y no para ser comprendido. Por eso cada vez que habla de él según la inteligencia no se dicen más que tonterías. La obra de José Fuster, se adapta y responde idóneamente a esta sabia afirmación, porque es de las que rapta sensaciones del mismo modo que las trasmite.
Su obra capta nuestra identidad desde el típico discurso que lo caracteriza. Gallos, caimanes, palmares, bohíos, guajiros, peculiares efigies femeninas, elementos extraídos cuidadosa y deliberadamente a la vez de su cotidianidad, se hacen tangibles en esta ocasión al espectador ávido de encontrar realidades tatuadas en lienzos y en otros soportes. Fuster no trata de reproducir lo perceptible, hace visible lo que no siempre lo es. Fabulador de imágenes este guajiro de costa que se ha enamorado del color, más allá del ceramista, pintor, dibujante, grabador, escultor e ilustrador, ha sabido ser un cronista de su tiempo y de su país, rescatando sus raíces desde su polifacética obra. Su desenfadado personal repercute en sus realizaciones de las que emanan colorido y movimiento, amparadas en un lenguaje sin artificios. Bajo el título de Jaimanitas 2009, el creador reúne lienzos, fotografías intervenidas, esculturas de gran formato, originales instalaciones, disimiles objetos mutados en arte gracias a su prodigiosa paleta, y hasta una serie en la que sus colores se han empeñado en irse de vacaciones. Es precisamente su alegría de vivir la que desnuda en sus obras, que vienen y parecen caminar hacia nosotros con sus atrevidas formas y aderezadas con una inigualable explosión cromática, la que nos recuerda que la vida es bella, graciosa, feliz, y sobre todo en colores. Arriesgado aventurero que emplea aquella mentira que nos acerca a la verdad a la que llamamos arte para mostrarnos un país de maravillas, que no es otro que su mundo pictórico, ese que nos atrapa más allá de las técnicas de las que presumen sus caprichosas telas y barros cocidos. El artífice es capaz de retratar a su pueblo en disimiles momentos y ocupaciones, construye las biografías de sus coterráneos a través de su mágico prisma, originalísimo y autentico. Colores, olores, preguntas con sus respuestas, anécdotas, leyendas y hasta un poco más son indispensables ingredientes en el discurso ideoestético de Fuster, que más que un hilo conductor en sus creaciones funcionan como verdaderos fragmentos de sí mismo. Las obras que se incluyen en esta muestra son de las que parecen hasta poseer sabor por el insoslayable disfrute para los sentidos que constituyen. Sus personajes, dueños de caras que regala La Habana a diario, invitan a quienes se les asomen a la fantástica fiesta en la que los ha sabido colocar este singular poeta de nuestra visualidad, que no necesita de las palabras para demostrar y describir con precisión su fascinante mosaico de creatividad.
Por Cecilia Crespo