Por Luis Enrique Padrón
A Adriana Arronte le seduce cuestionar la capacidad de auto-representación que ostentan las sociedades contemporáneas. Estado de gracia, ensayo en toda regla, llega en un momento crucial de nuestra cultura para demostrar que la gloria no es un absoluto, sino un relativo. De esta manera traduce un gran sentir colectivo, que marca hoy algunas líneas fundamentales del pensamiento y la creación en Cuba: el derecho de la ciudadanía a tener el poder sobre sus propios símbolos.
Existen diversas aproximaciones a dicho concepto, aún así la artista ha seleccionado la idea de la asunción como imagen. En el tratamiento otorgado destacan altas dosis de cinismo, virtuosa recreación de una sociedad en la que el acto de ascender involucra siempre graves pecados personales. Por eso el ritmo predominante en el curso de la narración es el descenso, contrario de sentido que involucra en el discurso una sutil postura enjuiciadora.
“Dado que la soberanía de las mentes siempre resulta falsa, la nueva crítica se apresta a descender desde la cabeza por todo el cuerpo”.
La voluntad de análisis que mueve a la artista queda resuelta en un paisaje, nutrido por insospechadas naturalezas muertas. Los objetos ostentan cierta cualidad textual sin quedar desprovistos de la poesía subyacente a su origen.
La sensibilidad que despierta en ellos encuentra homología en el artificio, el sacrilegio, la manipulación, el fetichismo; en lo inorgánico y lo decadente. Así imagina lo que Occidente, en tanto lugar del conocimiento, es; y alude al sentido ulterior de lo bello para inspeccionar el edificio de nuestros valores universales.
Prima el esfuerzo manual, minucioso en extremo, en la identidad de cada obra. Adriana se distingue por abordar el acto creativo a través de oficios, procedimientos y tradiciones ligeramente desencajadas de lo artístico, tales como la orfebrería, la costura y la alfarería. El registro material al que apela supone por si solo la desmitificación de lo que Estado de gracia en sus múltiples acepciones significa. Predomina a lo largo de la exhibición una idea falseada de suntuosidad y plenitud, acorde a una postura esencialmente cínica. La gaza, los falsos dorados, la naturaleza envilecida por la resina y la arcilla, el esplendor profanado del laurel; todo cuanto acontece desborda muerte y artificialidad, haciéndonos sentir al asecho de lo séptico. Óptica que gira en torno a la metafísica y cuestiona el portento aún insuperable del Mundo de las Ideas de Platón.
Pero como ningún esfuerzo artístico es totalmente autónomo, las extraordinarias circunstancias que atraviesa nuestra sociedad son aludidas como apostillas a lo que democracia significa. Estado de gracia profundiza además en el sentido que tiene o debe tener el pensamiento crítico para la vida contemporánea, afirmando que sólo como fenómeno estético está justificada la existencia del mundo.