El peligro del subconsciente

Hilda Vidal Valdés agosto 2008

Reflejos

La obra de HILDA VIDAL ha evolucionado entre nosotros de manera autónoma, y a veces un tanto esquiva. Para construirse un juicio de valor en torno a ella no hay que partir obligatoriamente de filiaciones generacionales o conceptuales. Su pintura ha demostrado poseer una capacidad orgánica para superar los límites del tiempo, las normativas metodológicas y estéticas, sin caer en lo extemporáneo o anticuado.
Desde que la artista se dio a conocer en la década del setenta hasta hoy día, nada ni nadie le ha hecho renunciar a la manipulación expresionista de la fisonomía humana. Cuando decide hacer un alto en el camino es precisamente para pertrecharse de nuevas fórmulas y artificios, como sucedió con la serie de cacharros y losas en los años ochenta. Mucho antes que nos percatáramos de la funcionalidad alegórica que podía tener  esta tendencia en los derroteros de la plástica conceptual de finales y principios de siglo (con toda aquella teoría de la vuelta al oficio y a los géneros), ya Hilda se había convertido en un verdadero paradigma, junto a su esposo Manuel Vidal. Paradigma que como casi todos sabemos estaba imbuido además por el espíritu de una existencia retirada, ascética, en la que los únicos lujos tolerables eran el dibujo y la poesía. Tratando de entender como la figuración expresionista de estos dos creadores continuaba seduciéndonos; como a pesar de los años sus personajes sencillos, desinhibidos, descarnados, no habían perdido un ápice de vitalidad e impacto, fui arribando a la conclusión de que la clave está en la ontología de los temas que esas figuraciones encarnan, en el poder de síntesis con que ambos artistas exponen las deducciones de sus profundos escudriñamientos; que aún cuando sus obras responden a concepciones artísticas, a presupuestos éticos y filosóficos provenientes del pasado, ellas no han arribado todavía al puerto seguro de su futuridad.
El desembarazo, la flexibilidad de las soluciones compositivas de Hilda Vidal, la ductilidad del arsenal iconográfico que ha defendido hasta el presente, la sutileza con que nos seduce y transporte de lo aparencial a lo insondable, de lo terrenal a lo metafísico, han sido estrategias que le han ayudado a sortear los contratiempos del ámbito artístico Aunque me pregunto si alguna vez esos contratiempos le inquietaron verdaderamente; si obró pensando en cómo contrarrestarlos, o si logró hacerlo tan solo respondiendo a los dictados de su propia conciencia. Sin embargo, pienso que es en la facultad innata de su pintura para interrelacionar suspicacia e inocencia, puerilidad y sarcasmo, donde la creadora ha encontrado su mejor coartada, la alternativa para protegerse de interpretaciones fútiles o reduccionismo históricos.
Como si se tratara de un improvisado regreso a la semilla, Hilda vuelve su mirada y su pensamiento una y otra vez hacia dilemas ontológicos del ser, en particular hacia aquellos que atañen al subconsciente y a la manera con que afrontamos o rehuimos de determinados sentimientos; hacia disquisiciones que reactivan la dicotomía entre apariencia y realidad, entre experiencia pública y privada; pero todo está expuesto a través de código; la misma artista ha confesado en mas de una ocasión  que rechaza la literalidad desmedida o la conceptualización explicita. El primer indicio en la asimilación de sus reflexiones lo aportan a mi juicio los títulos (pienso en algunos bien inductivos como, por ejemplo, El secreto silencio y tu memoria, La carga bruta que el recuerdo lleva, La infancia ha regresado o El peligro del subconsciente), luego entran a jugar las disposiciones geométricas, el nivel de tensión expresiva que se establece entre figuras y objetos.
Resulta sorprendente,, incluso, que a pesar de los prolífico de su producción pictórica (esta misma exposición contaba casi con el doble de cuadros para llevar a cabo la curaduría), las ecuaciones espaciales de Hilda Vidal nunca han llegado a caer en el anquilosamiento o la retorica, siempre tiene a la mano una proyección estructural novedosa, distinta, de acuerdo a la jerarquía de sus enunciados de ocasión. Las gradaciones tonales, en las que prevalecen los azules, rojos, verdes y amarillos, constituyen también elementos importantes en la deducción de sus  metáforas y en la exaltación de determinada atmósferas y estados. Todo responde a una escala de significaciones estrechamente interrelacionada, como si se tratara del montaje de un complicadísimo acertijo.
Mientras una parte considerable del panorama artístico continúa insistiendo en las disyuntivas de la realidad ordinaria; indagando con cierto desdén intelectual los rumbos de la existencia cívica, dentro o fuera de Cuba, Hilda Vidal nos muestra sus lienzos como si se tratara de un espejo, un espejo en que también ella se ha escudriñado con anterioridad. Parados frente a ellos descubrimos todo cuanto somos p podríamos ser; el embrujo y la porfía de la vida interior.

David Mateo
20 de julio 2008

Obras

Figuras equivocadas

Hilda Vidal Valdés 2008

Un blanco silencio

Hilda Vidal Valdés 2007

La carga bruta que el recuerdo lleva

Hilda Vidal Valdés 2007

El rincón más oscuro de la brisa

Hilda Vidal Valdés 2007

El descubridor de la noche

Hilda Vidal Valdés 2004

Retrato de P.P.

Hilda Vidal Valdés 2003

Artistas