Por Arlettes Sandó y Luis Enrique Padrón
Ego, te absolvo es una fórmula solemne que introduce al hombre en el misterio de la misericordia y la reconciliación. Al ser dichas esas palabras, caen sobre él como un rocío leve, un amanecer, un aire fresco. Muy contrario a lo que se piensa, el perdón no es permisibilidad, tampoco justicia.
Muchos se preguntarán qué “contenido de verdad” subyace en el acto de la confesión, práctica que escapa de nuestras lógicas culturales: la indulgencia marca un tránsito en el hombre, la superación de ciertos límites, la entrada a un ámbito de libertad total. Ego, te absolvo inicia en el ser un proceso de sanación muy íntimo, el primer paso para afrontar la redención pública.
El perdón, así como el amor, es un don.
Por diseño somos enormemente miserables. Los llamados “siete pecados capitales” –que más allá de cualquier resonancia mística, son pautas culturales totalmente auténticas- dominan en secreto la vida de muchos hombres. La reafirmación del mal es instintivo, lo es también el hábito de la excusa, la autocomplacencia, el paternalismo y la indolencia.
Ernesto, como hiciera el pintor flamenco Jheronimus Bosch en el siglo XVI, crea una renovada genealogía al pecado. Para ello emplea objetos comunes, marcados por una precisa sustancialidad poética: Cave cave d(omin) us videt (Cuidado, cuidado, Dios lo ve). Esta colección de cosas y esencias que nos presenta está llamada a sembrar en nosotros una inquietud sorda. Advertencia que nos acompañará de una vez y para siempre -como un grillete.
La violencia, la egolatría, el autoritarismo, la mendicidad, la envidia, la arrogancia, la soberbia, el olvido, la procrastinación, la lujuria, la mentira y, sobre todo, la mediocridad y el oportunismo, quedan esbozados en las pulsiones de pudor que estos cuerpos líricos disipan a raudales.
¿Pero qué sentido pudiera tener que Ernesto nos hable ahora de los pecados? Evidentemente desea generar en nosotros verdadera conciencia sobre el mayor de los errores cometidos: la negación rotunda de la verdadera esencia del pensamiento martiano, de la búsqueda del “bien para todos”; gran fardo de cuestiones que tienen directa repercusión en la idea de nación que estamos construyendo. Nos invita a purgarnos, perdonarnos, purificarnos, liberarnos; avanzar a una nueva verdad, un futuro mejor. Y, sobre todo, nos alerta: la auto-reconciliación es la única manera de ser verdaderamente libres.