trabajo a la luz cantora
no por ambición ni pan
lucimiento o simpatías
en los escenarios de marfil
sino por el común salario
de su recóndito corazón
Thomas Dylan. En mi oficio u hosco arte (fragmento).
Definió la intención de crear un arte que fusionara espacio y luz hasta lograr que estos se transformaran en forma y construcción, para lograrlo procuró que la percepción de la materia se generara a través del contraste de los ingredientes pictóricos, una actitud que puede bautizarse como «lujuria matérica», provocadora del desenfreno táctil del espectador, el que se traduce en la necesidad inminente de tocar el objeto.
Objeto, escultura, ensamblaje: una construcción que es posible recorrer con la punta de los dedos, hasta poseer todo el espacio creado, el excitante cuerpo escultórico producido de los contrastes, de la aparente pobreza. Seductor porque emerge de la reacción mágica de materiales corrientes y las soluciones sencillas con la imaginación desprejuiciada.
La lección de Ramón Casas, la que permanece a través de décadas de trabajo y docencia -dentro y fuera de los espacios docentes- , ha sido la de comprobar y convencer que las formas simples son perfectamente capaces de comunicar sentimientos y provocar emociones. Sus pequeños «juguetes» escultóricos comparten la misma intensidad emocional que las esculturas emplazadas: la sensación de una ascendente vibración espiritual que se genera del contraste de colores, texturas y formas.
El repaso a su producción inédita – al menos la salvada por él mismo- que hacía y deshacía constantemente, armaba y desarmaba, construía, destruía y reconstruía con aquel insuperable equilibrio entre materiales diferentes e incluso, aparentemente opuestos; presupone que si no lo podemos asumir, al menos podemos entender el germen de su praxis: mover el objeto en los extremos de la sencillez y la complicación, colocarlo en el universo de lo simplemente encontrado y lo burlonamente manipulado.
Casas no hizo explícito el enfoque crítico, sino que lo deslizó sutilmente en la capacidad de redimensionar los materiales, de ennoblecer sus hallazgos, recortes, desperdicios, pequeños tesoros que reconstruía para ironizar las pretensiones de los que optan por privilegiar los materiales nobles, las dimensiones monumentales, los emplazamientos ilustres.
Ejerció su arte como un guerrero de extensión espiritual, de sensibilidad espacial, de percepción cósmica de las formas. Alentó el refinamiento y las soluciones sencillas, aunque no siempre fueron simples, su sarcasmo era delicado como una sonrisa y perfectamente tejido, armado; la obra de un «ensamblista» consciente, de quien puede contener todos los recuerdos en una caja, un par de alas metálicas, unos trozos de madera, desdeñados que otros no estaban dispuestos a recoger. El espacio seguro de los sueños le cupo en un tornillo, en la pequeña esfera plástica de un envase con roll-on, en fragmentos mínimos de cordel, cable o papel metálico.
El metal, su material por excelencia no le robó protagonismo a la madera, ni al plástico, ni al textil, los ensamblajes promovieron un lenguaje que hace reconocible su producción, en la que también es perceptible el entresijo de otras soluciones, salvadas a pie de obra con el manto protector de técnica mixta. Las soldaduras funcionaron como el tejido de sus secretos, la estera donde reposó su intimidad, su mínimo espacio, laboratorio de contrastes.
Una vez que se accedía a la pequeña celda de su espacio de creación y enseñanza, podía comprenderse el abismo de diferencia entre el significado de la palabra celda y la sombría desmesura del término cárcel. Dentro de su aposento de meditación había un resguardo, núcleo seguro, el útero de la independencia y la matriz de la expansión espiritual.
Bienvenidos a la región de la libertad creadora, al planeta de la escultura. Aunque nunca fue suficiente, yo, estuve allí.
Silvia Llanes
15 de abril de 2016