El poder nos atraviesa en todo momento. Es imposible pretenderlo lejos del reino animal, de los seres humanos y sus grupos étnicos, del pensamiento filosófico, de la religión -incluso, remoto- del reino de las flores de la vieja canción de Silvio, donde la perfección y armonía devino dolor y caos. Nada escapa de la trama del poder. Sus sistemas de relaciones se cuecen bajo criterios subjetivos y funcionan a partir de determinaciones objetivas que existen -como acuñara Foucault- a niveles «microscópicos». Cada pequeño espacio de subjetividad se convierte entonces en una pirámide ordinal, que responde en cadena a otras instancias. De modo que coexisten múltiples poderes en la sociedad, capaces de transformar el comportamiento de los individuos, de las masas y de las propias circunstancias.
Desde la obra de la artista Adriana Arronte se tensan las formas en que se manifiesta el poder, y estas ceden la integridad de su estado a la transformación, revolución, simbiosis, declive, disnea y muerte. Tales estados cíclicos se objetualizan en el lenguaje de la apropiación de los elementos de la historia asociados a cualquier tipo de monarquía. Por eso, se desvanece la solidez de las coronas y de otros tipos de tocados de poder al impacto de una gota de sangre, que se congela en el tiempo como mismo tienden a detenerse en la memoria las improntas de los estados jerárquicos, tanto los gubernamentales como todos aquellos que «agradecen a los muertos de su felicidad» . Adriana elabora su trabajo desde un estudio de la ergonomía de los objetos de uso y su tradición; luego los subvierte a partir de alteraciones de su estado, y provoca de la escena más noble y bucólica una anécdota perversa, contraria a toda automatización. La incorporación de utensilios de mesa, resguardados en la intimidad de los hogares, recrea esas otras maneras de dominación no tan conscientes que suceden en nuestras vidas. La artista halla las susceptibilidades de los grandes dominios y demuestra lo falible que pueden llegar a ser estos cuando se posan sobre la soberanía de los otros para ejercer incuestionablemente la de ellos.
La galería toda nos acoge como ese espacio portador de condicionantes artísticas que sacuden nuestras concepciones hacia el tema del sujeto como único portador y generador de poder, como individuo capaz de cambiarlo, respetarlo, sucumbir en las armas de la sumisión o quizás afrontarlo fervientemente con su muerte para dar paso a otra vida, otro sujeto, en definitiva, otro estado.
Claudia Taboada
La Habana, Enero 2015