En la historia de la humanidad la presión social ha sido uno de los motivos subrepticios que con mayor fuerza ha modificado la opinión, el comportamiento y la participación del individuo en la sociedad. Su existencia se deriva de los mecanismos de control que ejerce el poder, sobre todo cuando basa sus métodos en el llamado «panóptico», concepto vislumbrado por Jeremías Bentham a finales del siglo XVIII, cuyo principio -aplicado en las instalaciones penitenciarias- consistía en la total visibilidad de las personas a partir de una torre ubicada en el centro de un edificio de periferia circular.
Dos siglos más tarde, Michael Foucault extrajo de sus líneas un análisis de orden sociológico que fue más allá de la idea dieciochesca del sistema de vigilancia penal, para abordar el concepto del poder en cualquier caso. De ahí que este sistema de control más generalizado diera lugar al incremento de la presión social, lograra convertir un «no poder» en «no querer», y contuviera las llamadas «zonas oscuras», como resultado de la omisión, opresión y discriminación.
Del panóptico no se escapa nadie, ni los observados ni los que observan. Unos estarán pendientes del error de los otros y viceversa. Si se aplica la violencia se corre el riesgo de insurrecciones, si se interviene de forma discontinua se arriesga el vigilante a dejar que se produzcan, en los intervalos, zonas de resistencia. Bajo dicha coacción se han solapado aquellas estructuras sociales que han pretendido reconocimiento, visibilidad y aceptación: las llamadas «minorías», históricamente víctimas de represión e intolerancia.
Desde las prácticas artísticas contemporáneas se han tratado de subvertir las relaciones de poder, no solo desde la mera representación sino también desde la acción. La obra de la joven artista Susana Pilar y este proyecto suyo en particular, utilizan la experiencia como factor de expansión desde la vida hacia el arte. Sus exploraciones encuentran autenticidad en su co-implicación, es decir, a partir de la provocación directa con el público y el efecto de sus confrontaciones, ya sea a partir de la performance o de sus acciones documentadas. Susana no es forzosamente una okupa, alguien que se conforma con ocupar los espacios, su acto de presencia se acompaña, a menudo, de una reivindicación. En tres de obras, presentes en este proyecto (Islas, Confrontación y Aplausos), Delahante simula el panóptico a partir de las continuas ventanas «transparentes» que dejan ver sus re-acciones ante los límites, tiende a salir de aquellas «zonas oscuras» e intenta rodear al espectador, confrontarlo, desafiarlo, cuestionar su status de vigilante y vigilado. Susana Pilar busca el belicismo más allá de las armas, en todo cuerpo que se oponga al otro e intente suprimirlo. Por eso, usa el suyo con la finalidad de poner en funcionamiento o de intensificar un procedimiento social y asistir a su encuentro polémico con historias no contadas, entre ellas la re-presentación de la fémina negra.
Bala Perdida habla de las acciones/performances realizadas por la artista, las reacciones del público, la reproducción y el juego con las acciones documentadas, pensadas como una nueva acción que espera a su receptor, y la ley física que recuerda: a toda acción sobreviene una reacción.
Claudia Taboada Churchman