Una vez más Osneldo García y con él su arte y sus obsesiones intactos; como en estado de gracia. Para esta ocasión, con la exposición Sexcinética III en Villa Manuela, Osneldo reescribe una declaración de principios y como todo buen cultor de un arte que le es tan consustancial nos ratifica que él es de los buenos y tenaces y como tal morirá de cara al sol.
Osneldo es un premio nacional de las artes plásticas desde siempre y asentado en los libros desde el 2003. Su obra ha sido y será esa búsqueda y muestra de las necesidades más ocultas y obvias del hombre y de la esencia de su naturaleza; de esa naturaleza humana que se imbrica con la naturaleza del universo en su condición vegetal, animal y mineral. Las piezas que esta vez nos trae están ahí para recordarlo. Toda una producción del 2010 que es nueva y a la vez vieja en los recursos que la calzan, lo que le otorga una sabiduría aunque también se le siente cierta urgencia que a ratos nos deja una duda, como si todavía sólo viéramos el concepto de lo que luego será médula.
A pesar de lo que algunos quisieran descalificar como déjà vu o como piezas ortodoxas superadas por la tecnología, él las hace validar afincado en el concepto de que más sabe el diablo por viejo que por diablo y precisamente ahí está la hermosa sabiduría y fuerza de las obras que nos muestra. Obras donde el arte y el oficio de viejo artista y sabedor se dan la mano para demostrarnos que la novedad del ser humano, sus necesidades vitales, ansiedades y artificios están precisamente en sus ancestros y que a pesar de los nuevos tiempos de tecnología de punta, amenazas y desidias, su esencia sigue siendo la misma, como la de toda la naturaleza que subsiste en el planeta.
Todo es nuevo y a la vez lo mismo, ¡por suerte!?; es el mensaje que recorrida la exposición nos deja meditando. Cuando miramos las piezas, a cada una y al conjunto, comprobamos que este artista de tan fuerte bregar, se mantiene incólume en su mensaje y misión de recordarnos que lo primitivo del hombre sigue siendo su fortaleza. Osneldo se actualiza en la técnica de forjar el metal para que no quepan dudas sobre su contemporaneidad y a la vez no se cansa del imperio lúdicro del uso de telas y los viejos mecanismos de motor e hilos que tanta novedad y rédito le dieron tiempos ha, y que ahora, con toda intención, ratifica como esencia. Con ello parece decir que hay una evolución natural de la especie humana pero su condición corporal y espiritual sigue siendo la misma. Si el raciocinio y la inteligencia se han desarrollado como una flecha a partir de la segunda mitad del pasado siglo trayendo consigo un disparado progreso de la tecnología, Osneldo intenta hacernos ver que la intrínseca cinética humana tiene sus limitaciones y valores que están en conjunción con los de la naturaleza que nos rodea y debemos salvar. Para ello no se esconde en metáforas desquiciantes y se complace en mostrar que la vida sigue latiendo a partir de la efusividad de un corazón primitivo e indetenible, que tiene sueños como los de Yuliet, que el cuerpo humano evoluciona y está lleno de destellos fisiológicos que nos obligan y dan placer. Obligación y placer de pasar en un sentido y en otro por el venerado centro de la Pacha Mama en una pieza donde ya está dicho todo como resumen y homenaje a la madre tierra y a la mujer.
Si la vida misma está en la conjunción de las tan hermosas como elementales piezas del Pez León y la Concha Marina, la apoteosis de este recorrido llega cuando penetramos donde nos esperan la Afrodita en la ducha y el equilibrista levantado en su record. Aquí no sabemos de momento qué hacer ganados por la prisa y la duda. Ante la descomunal figura de la afrodita y el diminuto equilibrista donde todo está superado, dicho y hecho en técnica, materiales y oficio, finalmente patentamos que hay un novedoso sabor antiguo, un homenaje a los ingenios mecánicos primitivos, a las iniciales figuras de los museos de cera y a los recintos de feria ambulante. Aquí donde todo parece, y es, tan ceremoniosamente rudimentario, Osneldo deposita el reducto de la esperanza en la condición primigenia del hombre. Lejos de la sexualidad elucubrada, el artista planta cara a los pequeños y sanos vicios consustanciales a los estadios y reflejos incondicionados del ser humano. Hombre y mujer, obras esenciales, primitivas, elaboradas con la técnica mas antigua y asistidos del voyeurismo y el exhibicionismo que forma parte en menor y mayor medida de cada uno de nosotros en el manual de la sexualidad instintiva y casi camuflada y postergada por tanto alarde postmoderno sobre sexo, mentiras y películas de video.
El arte de Osneldo es tan diáfano como el agua pero esta exposición es conceptual. Fiel a si mismo y a la causa de la naturaleza nos grita en pleno 2010 que la esencia humana sigue pasando por el filtro sexuado, que no sexista, que marca los instintos del hombre y eso es lo que nos salva. Si puede ser conceptualista la muestra de un pedazo de papel escrito y arrugado, una caja de zapatos vacía, o un gesto y el objeto más cotidiano sacado de contexto, a qué dudar que es un puro e inmutable concepto esa cotidianeidad cinética sexuada del hombre y la de la propia madre tierra así como esa obstinada renuncia a los implementos de la mas novedosa tecnología para recurrir a motores e hilos tan antiguos pero eficientes como lo es la propia naturaleza del hombre.
Con él, parecen haberlo entendido también, la buena curaduría y museografía que Eliseo Valdés y el equipo de Villa Manuela nos regala.
Por Guillermo C. Pérez
La Habana, 16 de agosto de 2010